Acodado sobre la mesa, tengo el café delante, el periódico desplegado, la herradura con relleno de cabello de ángel en mi mano derecha. Una vocecita me interpela, detrás, tan inaudible que ha de acercarse a mi oído, parece que varias veces. Levanto mi mano derecha como acostumbro, como para ahuyentar un fantasma y sigo a lo mío. La vocecita ininteligible sigue. Apenas cruzo una mirada con una cara plácida, amable, con ojos limpios, aunque quizá esta imagen sea una reconstrucción posterior.
Cuando se aleja, renqueante, veo su figura desvalida, filiforme, un fantasma real, deambulando. Arrastra un pie, más torpe que el otro, con ropas de mercadillo, desgastadas, cubierta la cabeza con una capucha. No sigo el impulso de mi cuerpo que hace un movimiento imperceptible para levantarse y alcanzarla. No he conseguido saber si era hombre o mujer. No he sabido que me decía. Mierda.
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