viernes, 30 de enero de 2009

Revolutionary Road

El interés de esta película, Revolutionary Road, reside en mostrar la tensión que vive la pareja protagonista en un barrio residencial de clase media. El título remite al nombre de la calle, por tanto una traducción literal llevaría a engaño. Richard Yates, el autor de la novela, sitúa la acción a comienzos de los 60 y Sam Mendes, que quiere hacer un calco en su película, también. Es un momento de cambio, los comienzos de la década prodigiosa y del consumismo como sistema de vida. Ese sistema que ahora está entrando en crisis.

Reconstruidas las infraestructuras materiales y espirituales en la posguerra, había que decidir qué camino tomar. Como en Madame Bovary, es la mujer la que no se conforma e idealiza su malestar en la búsqueda de un modo de vida diferente, bohemio, un cambio del que sólo tiene una idea amuleto, escapar a París. El hombre, por el contrario, prefiere el mundo convencional: un buen trabajo, la familia como elemento de arraigo y alguna amante ocasional. Una tensión parecida vive la pareja protagonista de la serie Mad Men, también situada en el arranque de la década de los sesenta, aunque con elementos más turbios -es decir, más literarios- en el caso del protagonista. La diferencia entre estas dos películas notables -Mad Men aunque de forma seriada también es una película-, es que Richard Yates está viendo lo que sucede en el momento en que sucede, por tanto sin perspectiva, pero sin embargo con fidelidad al momento. En cambio en la serie, que reconstruye muy bien aquellos momentos, los guionistas tienen la perspectiva de lo que después ha sucedido, el punto de vista de los triunfadores, pero la trama espiritual de aquellos años se les escapa.

El malestar de la protagonista se debe al malestar de fondo de la mujer que intuye que los tiempos que vienen vienen a su favor. Aunque como protagonista del cambio no sabe aún cuál ha de ser su papel en la nueva sociedad. Todavía está presente el malestar existencialista de los años anteriores, ese difuso querer vivir con intensidad fuera de la convención. El malestar del protagonista es de otro tipo: le inquieta la iniciativa que asume su esposa, ese camino que le incita a recorrer sin saber a dónde. Por tanto, prefiere asegurar su trabajo, a pesar del mundo adocenado de la oficina, y consolidar la familia como modo de mantener su posición frente a su esposa, a pesar de las relaciones tristes, rutinarias a que se ve obligado para mantener la convención social.

De la tensión, ambos saldrán perdiendo, especialmente la mujer, porque todavía es pronto para afirmarse. La película y la novela de Yates narran el momento del cambio desde el punto de vista de la pérdida. La idealización de lo que pudo ser tras la posguerra. La serie Mad Men narra por el contrario el encantamiento a que fueron sometidos los hombres y mujeres de la época por la publicidad, que les llevó a a una nueva forma de vida, hacia la sociedad de consumo.

No soy capaz de decir si la película de Sam Mendes es lo suficientemente buena como para quedar. La exposición del tema es interesante, el momento actual también -estamos a la búsqueda de algo-, aunque aquella idealización de una vida etérea sin accidentes parece irrecuperable, pero los actores son algo histriónicos, sobreactúan tanto que es difícil ver en ellos a la gente a quienes quieren representar. La escenografía deslucida, apagada, quizá sea la adecuada, pero el guión es demasiado literario -acentúa demasiado los elementos dramáticos- como para ser fiel a la época. Hay un personaje estupendo en la peli, el interpretado por Michael Shannon, contrapunto cómico al drama de la pareja protagonista, pero a pesar de que al espectador le hagan gracia sus sentencias, su inverosimilitud coincide con la sensación de falta de veracidad que al final queda.

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