jueves, 9 de octubre de 2008

Contra el premio nobel de literatura

La literatura funciona en las salas lóbregas, allí dónde el aire no se ventila. De la oscuridad saca gemas de luz que encandilan a los medio ciegos. Pero, qué ocurre cuando los lugares están soleados y los oftalmólogos arreglan la vista a quienes tienen problemas. Si la literatura se hace realista, imitando el estilo del periódico, es mucho peor, porque además de mostrar el artificio impacienta al lector. Éste sabe que las historias que ha conocido a través del periódico son más crueles, más difíciles de enjugar. Por eso quizá haya todavía gente apegada a las metáforas, porque no soporta el sufrimiento que no tiene final feliz o moraleja edificante. Por supuesto que en los detalles es más veraz -más informativo- el relato periodístico, en la ficción se notan pronto los excesos, las suplantaciones, todo el cascajo brillante y sonoro de la literatura.

Muchos escritores utilizan palabras raras, neologismos, barbarismos, palabras tomadas directamente de otro idioma, algunos retuercen la sintaxis, otros estiran el significado de modo que parece que quieran confundir al lector o hacerle ver que para escribir no vale cualquiera. Pero en el fondo, cosiendo las páginas con un hilo dorado, hay un halago continuado al lector, tú y yo sabemos del mundo, tú y yo sabemos discriminar, sabemos qué es lo que le sobra y lo que le falta al mundo, como si el autor hiciese esfuerzos ímprobos por no quedarse sólo. En eso también es superior el periodista honesto, porque no le importa el lector, absorbido como está por transcribir fielmente los hechos.

A los que nos cuesta perder la costumbre de la lectura, muy poco después de iniciada una novela o un relato, nos aparece la prisa por acabar cuanto antes con las páginas que quedan, por llegar a la última y abrir los ojos a la luz del día. Todos los libros de ficción son previsibles.

Qué esperan conseguir estos hombres serios del Nobel, algunos barbados, otros con gafas modernas y caras, premiando a los escritores de ficción. ¿Es que hay alguna diferencia entre ellos y los encorbatados futbolistas que organizan las galas de Montecarlo a comienzos de cada temporada? Si hoy fuese un día soleado, me atrevería a decir que la literatura en una enfermedad del espíritu, cosa de adolescentes o de pueblos que viven a media luz, pero ahora mismo está lloviendo.
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(Tras la lectura de El pez dorado, de Jean-Marie Le Clézio. Vieja literatura, al gusto socialdemócrata, muy apropiada para la consolación en los tiempos presentes. Novela escrita bajo la flecha de El harpa de hierba de Truman Capote ("Esta en mi teoría: un libro debería ser como un grano que se planta y el lector debería hacer estallar su propia flor") y el martillo del Frantz Fanon de Los condenados de la tierra ("los humanistas de occidente que no paran de hablar del hombre mientras lo masacran allí por donde van"). El primer libro, la diástole de la iniciación, es salvado por la protagonista del basurero en un campamento de gitanos, el segundo, la sístole del dogma, es el único que porta en su peregrinación por el mundo junto a los desheredados de la tierra. Un premio para hacer caja moral en esa pomposa institución sueca)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen intento pero no hay comparacion entre el periodismo y la literatura... Es la diferencia entre una bailarina y una tabledancer exactamente. Sin intenciòn de ofender al noble oficio de reportero de noticias. Al periodista le da por maquillar la noticia para hacerla atractiva, mientras la bailarina aplica su disciplina tratando de transmitir con su cuerpo el mensaje de la mùsica. mientras èsta a travès de años de pràctica y esfuerzo intenta expresar lo mejor de sì misma para deleite e inspiraciòn del espectador, como un libro. La teibol trata de provocar a la clientela para ganar màs dinero, igual que una publicaciòn de noticias.

Toni Santillán dijo...

No me interesa el periodista maquillador, sino el profesional honesto que desaparece detrás del suceso que relata. Justamente, considero al literato como el gran maquillador, un profesional que sólo sirve en periodos donde los hechos no se pueden contar con libertad. El buen profesional es aquel que trabaja por la paga. Desconfía de quien quiere salvar al mundo, especialmente si es un literato. Mira como todos ellos se juntan con el poder.