El tren de las 3:10 (2007, James Mangold) que se estrena estos días en España es un remake de la película del mismo título de 1957 (3:10 to Yuma, de Delmer Daves, con Glenn Ford y Van Heflin). Es conveniente ver la película de estreno teniendo en cuenta la original. La trama narrativa, basada en un relato de Elmore Leonard, es muy parecida, varían los detalles, algunas escenas, la complejidad de los personajes y, fundamentalmente, el punto de vista que añaden los guionistas.
Un ranchero, padre de familia con dos hijos, en apuros –no llueve, se mueren las reses, debe dinero- topa con un grupo de forajidos que asaltan una diligencia y matan sin piedad. El sheriff organiza la caza de los homicidas y el ranchero se ve envuelto en el suceso porque se le ofrece la oportunidad de obtener una recompensa que solucione sus problemas. Se le encarga que custodie al jefe de los forajidos hasta la estación de Yuma, donde ha de subirlo al tren de las 3:10.
El juego se establece entre dos tipos de hombres que representan dos tendencias morales: el ranchero quiere resolver sus problemas económicos y familiares –no quiere defraudar a sus hijos. Prosigue su camino sin vuelta atrás, persevera, aunque se vaya quedando solo. El forajido hace su trabajo con profesionalidad. De su poder de convicción, de su capacidad de seducción depende que siga siendo jefe de la banda y su propia supervivencia. Seduce a sus compinches, seduce con unas pocas palabras a la chica del salón, seduce a quien tenga al lado, siempre que éste tenga un destello en la mirada. El ranchero, siguiendo el modelo de los héroes del western, va encontrando su papel de defensor de la integridad sobre la marcha. Hombre débil físicamente encuentra su fortaleza en la convicción. El momento culminante de la película tiene lugar cuando los dos hombres están encerrados en la habitación del hotel esperando el tren de las 3:10. En su marcha hacia Yuma, los dos hombres se han ido trabando. Cada uno sabe lo que vale el otro, singulares ambos, frente a la cobardía, el cinismo o la maldad de los demás. A solas, en la suite nupcial del hotel, se produce el juego de seducción definitivo. El ranchero se afirma en la convicción de que existe un mandamiento supraindividual –la ley, la justicia, el orden moral- que debe prevalecer; el forajido se basta a sí mismo para establecer las normas. Contra toda lógica el forajido reconoce la victoria del bien.
En la película de Delmer Davis las posturas morales que encarnan los personajes son nítidas, aún cuando se produzcan trasvases emocionales entre los personajes. Los hombres aparecen recortados en el fondo del paisaje, portadores de valores claros, distintos, si bien los protagonistas van madurando dialécticamente. Es una película clasicista, límpida, incluso un cierto expresionismo ayuda a la depuración moral de las escenas. En la película de Mangold, los personajes aparecen en tropel, indistintos, con una indefinición barroca. Los hay arquetípicos –magnífico el psicópata que dibuja Ben Foster o el cínico agente de la Pinkerton que representa Peter Fonda- pero los dos protagonistas, Christian Bale y Russell Crowe, como el hombre de hoy, muestran personalidades fluidas, intercambiables, aunque con un fondo de integridad que les hace héroes/antihéroes frente a la cobardía, el cinismo o la avidez del resto. Donde en Delmer Davis hay contención y claridad, en Mangold hay dinamismo, acción, barroquismo. En el primero, la lentitud y la expresión de las ideas mediante el diálogo transforma a los personajes, en el segundo, es la acción, los sucesos lo que les cambia.
En Yuma y en Sólo ante el peligro, de comienzos de los 50, los ciudadanos, se retiran de la escena, dejando sólo al héroe frente a la masa informe e incontable del mal. A los guionistas de entonces no se les hubiese ocurrido que los malos incitasen al pueblo a enfrentarse a los pocos buenos a cambio de una recompensa en metálico. Ahora sí, el héroe no sólo se ve abandonado por los cobardes sino que estos se vuelven contra él con los ojos ávidos de recompensas materiales. Hoy, la seducción no reside en la integridad del hombre de una pieza, sino en las promesas que ofrece el dinero.
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