jueves, 14 de agosto de 2008

Sale el espectro


Es difícil encontrar a personajes de más de setenta años como protagonistas de una novela. Mucho más difícil, en series de televisión o en películas. Editoriales y productores piensan en las ventas y creen que los consumidores en esa franja de edad están retirados de la vida y pocas cosas les interesan, como tampoco que puedan ser centro de interés para al resto de la población lectora. Pero las novelas y las películas tratan de la experiencia y por tanto los creadores también deberían estar interesados en lo que les sucede a los que voluntaria o involuntariamente han sido retirados de la circulación.
Philip Roth a lo largo de su etapa de novelista ha ido interesándose por lo que les sucede a individuos que están pasando por lo que pasan las personas que están en su propia franja de edad. Es más, inserta a sus personajes en la vida real, social y política del momento, tomando hechos de su propia vida, construyendo la trama y los personajes de ficción a partir de lo que conoce o ha conocido, sin por ello restar autonomía a las ficciones que construye.
Es lo que sucede en su última novela, Sale el espectro, ambientada en la semana de elecciones presidenciales de 2004 (Bush hijo/ Kerry). Aquí vuelve a uno de sus personajes predilectos, Nathan Zuckerman, a quien acude cuando los elementos autobiográficos están más presentes. Zuckerman es protagonista en bastantes novelas de Roth y en otras es el narrador que cuenta la historia. Lo que nos cuenta esta vez tiene que ver con lo qué sucede cuando el declive biológico se impone a la voluntad y el deseo.
Un viejo escritor lleva una década recluido en una casita de montaña, alejado de todo. Tras una operación de próstata se queda impotente y lo que es más humillante se ve obligado a llevar pañales porque también se ha vuelto incontinente. Ha oído hablar de que con una pequeña intervención la incontinencia podría ser reversible. Así que vuelve a Nueva York. La gran ciudad le devuelve a la vida y sus promesas. A través del periódico tropieza con la posibilidad de un intercambio de casa con una pareja de escritores jóvenes. Le interesan dos cosas de la oferta, la posibilidad de volver de nuevo a las calles de la gran ciudad y lo que pueda esconderse tras el sintagma "escritores jóvenes". Por supuesto, tratándose de Zuckerman, cabía esperar que se enamorase de la mujer joven, Jamie Logan, escritora y casada, a sabiendas de que será una quimera senil. Roth trata de mostrar en la estructura de su novela el contraste entre la vida real y la deseada, con una escritura en paralelo de los dos procesos: conoce y habla con la pareja de jóvenes escritores y se inventa diálogos entre "Él y Ella", en forma de escenas teatrales, para dar rienda suelta a las urgencias del deseo. Al mismo tiempo, crea una segunda trama, para centrarse en la decrepitud: qué han devenido los personajes de otra época, qué queda de cuando la vida era impetuosa: escritores que fueron el centro de atención, su fama, la de su admirado y olvidado Lonoff, y mujeres bellas que parecían inmarcesibles, Amy Bellette, antaño seductora irresistible y ahora tomada por un tumor cerebral. La violencia del tiempo que pasa. "El fin es tan enorme que es su propia poesía. Requiere poca retórica. Di las cosas claramente", le hace decir a Lonoff. Y aún otro tema más, la disputa entre los que alcanzaron la fama y están siendo desplazados y los que empiezan y quieren elevarse sobre los hombros de los fueron populares. Zuckerman al final de su virilidad física y mental contra el joven crítico Kliman, "armado hasta los dientes de tiempo". Como siempre, en las novelas de Philip Roth, la pasión por la vida, el sexo, la ambición, la psicología torturada de los personajes, sin didactismos, sin lecciones morales.

1 comentario:

Gonzalo Muro dijo...

Roth se ha impuesto la noble tarea de actuar como notario del tiempo que le ha tocado vivir, y gran parte de su obra aborda diferentes épocas pasadas de su país (incluso aquellas que no ocurrieron pero muy bien pudieran haber sucedido). Por ello, es natural que en gran parte de sus novelas (Pastoral americana o Me casé con un comunista) un anciano, próximo a su final, actúe de catalizador de la memoria colectiva que Roth recrea.

Tengo pendiente este libro, tu crítica no ha hecho más que aumentar mi deseo por leerlo. Un saludo.