miércoles, 13 de agosto de 2008

Cinturón rojo (Redbelt)


David Mamet sigue un proceso de depuración formal tal que llegará un momento en el que de sus películas desaparecerá todo diálogo -él cuya mayor habilidad como hombre de teatro residía en que la inteligencia chisporrotease en las réplicas- como medio para exponer sus ideas. Parece haber comprendido que la materia del cine es el montaje de imágenes en sucesión y utiliza éstas -escenas, planos, secuencias- como si fuesen réplicas y contraréplicas dialogadas, de modo que a lo que el espectador asiste es a un conjunto de escenas de acción donde cada una de ellas porta, un guiño, una idea, un valor o su contrario, donde el espectador recompone, al igual que en el teatro lo que el autor ha descompuesto antes en el guión.

Así parece ir sucediendo en las películas de Mamet y en especial en este Cinturón rojo que por el momento es la última de sus películas estrenada en España.
Lo de menos es la trama algo compleja de esta película de artes marciales -Jiu-Jitsu- con conspiraciones y engaños a los que el propio Mamet nos tiene acostumbrados, lo interesante es la utilización de las reglas del Jiu-Jitsu como reglas morales de comportamiento frente a los que quieren convertir la pureza de ese juego en elemento de atracción televisiva para obtener a cambio un buen botín. Es curioso, sin embargo, que Mamet superponga su sistema de valores, aquello en lo que cree, a las reglas de una academia de Jiu-Jitsu, para mediante la contraposición de hombres rectos y torcidos, de hombres débiles y fuertes, llegar a parecidas conclusiones a las que ha expuesto en otras ocasiones.

Aunque esta vez el juego no se establezca entre un hombre puro y los hombres de la mafia sino entre el instructor de la academia que cree que los principios que trata de inculcar en sus alumnos son extrapolables a la vida de la calle y su discípulo dilecto, un policía, que a pesar de sus cualidades sucumbe a su debilidad. El policía, que cae en una trampa, se suicida y el instructor será capaz de salvar el impulso inicial de la venganza, que hubiese mostrado su debilidad, por el del autocontrol y la templanza para aplicar las estrictas reglas del Jiu-Jitsu, lo que al final constituirá su fortaleza. Lo interesante es que todo esto está contado no con la lógica del diálogo sino con la lógica de la alternancia de escenas y planos. ¡Chapeau!

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