Como un tapiz tejido con hilo de seda o de oro, o como una miniatura medieval con finas pinceladas que separan el azul del verde y este del rojo, esta Mil años de oración, la última película de Wayne Wang. Una miniatura que muestra el detalle de las relaciones humanas de una ciudad de hoy, una ciudad, como todas, de aluvión, con idiomas, costumbres y preceptos morales diversos.
Un padre que va de Pekín a una ciudad americana para ayudar a su hija a que salga de la crisis tras una ruptura matrimonial; una mujer iraní, orgullosa de su hijo médico que ha triunfado en América. Ambos se encuentran en el parque, apenas saben algunas palabras en inglés, pero hablan. La hija china que deja a su marido para amar a un ruso. Hombres y mujeres solos, pero con ganas de entablar conversación con quien esté dispuesto a escucharles.
Y los sentimientos propios de todos los hombres de todas las culturas, ocultos, semiocultos, disfrazados, mal interpretados, uniendo, separando. El padre chino tiene una historia detrás de la que no le ha hablado a su hija, aunque ésta ya la conocía, pero de modo equivocado. La mujer iraní perdió a una hija durante la guerra de Irán, ahora su hijo no quiere dejarle ver a su nieto y ha de irse a un asilo. El ruso tiene una mujer y una hija en Moscú y no quiere dejarlas para vivir con la chica china. Las historias que todo hombre vive cuando no se interponen los ideólogos y políticos de las grandes palabras impidiendo que la vida discurra a su modo.
Todo contado con la suavidad de la seda, sin alzar la voz, con algunos diálogos y muchos silencios, con planos fijos, algunos composiciones de naturalezas muertas a lo Candida Höfer, con mucha apetitosa comida china, una música suave de piano de fondo, en espacios diurnos, bien iluminados con una cadencia lenta, entre la media sonrisa y la preocupación ligera. La sabiduría de quien sabe contar con imágenes, más que con palabras. Imprescindible verla en versión original por el batiburrillo de lenguas.
Wayne Wang: ‘Smoke’, ‘Blue in the Face’, ‘El club de la buena estrella’, ‘Las últimas vacaciones’, ‘Mi mejor amigo’, ‘Sucedió en Manhattan’, ‘A cualquier otro lugar’… ‘Mil años de oración’ (‘A Thousand Years Of Good Prayers’), ganadora de
5 comentarios:
Quan escriguis un comentari sobre el manifest per a la llengua comuna, que ja ho estàs pensant, estaria bé que l'acompanyessis de la lectura de "El nacionalismo lingüístico" del catedràtic Moreno Cabrera. L'estic llegint ara i retrata a la perfecció aquestes tàctiques dels que pensen que a Espanya només hi ha realment una llengua oficial de tots.
Poca gente piensa eso, que en España haya una sola lengua. Me interesan más los comentarios posteriores, que el propio manifiesto. He estado tentado de hacer una recopilación, pero estoy cansado de ese debate de sordos. Unos dicen, hay mucha sed en el mundo. Los otros responden: el vodka está muy caro. Los opinantes no han leído el manifiesto o sólo alguna frase.
Por ejemplo, Pilar Rahola, a quien respeto. En su artículo, de La Vanguardia, no escribe sobre lo que el manifiesto plantea, sólo en el último párrafo, de refilón y con un ojo vago.
Juan Carlos Moreno tiene el mismo defecto que los nacionalista,siempre está hablando de ideología -y de imperialismo. Pero el no para de hablar de la igualdad de las lenguas. Es su negociado. La igualdad de las personas le trae al pairo.
Si quieres saber qué opino sobre lo que el manifiesto plantea mira la entrada que pongo hoy.
Aquí em sembla que hi ha algunes persones més iguals que d'altres. Les castellanoparlants, essencialment. Si a un jutge que exerceix aquí no li podem demanar que entengui el català perquè ja entén el castellà, quina és la igualtat? Tots els seus "clients" s'han d'adaptar per nassos a la seva llengua comuna, oi? Això ja és el que passa ara. No és una hipòtesi sobre el que passaria.
Hauries de fer el mateix que critiques dels qui parlen del manifest, llegir el llibre del Moreno Cabrera. Té un plantejament molt rigorós i tècnic.
L'entrada d'avui és bona, com de d'habitual.
Los pacientes portugueses o ingleses que se tratan con médicos españoles no esperan de ellos que hablen portugués o inglés sino que curen sus dolencias. De los jueces de los tribunales de La Haya o de Estrasburgo se espera que impartan justicia tan imparcialmente como les sea posible, a cubierto de los políticos y de los grupos de presión poderosos. Lo hacen en inglés, independientemente del lugar de origen de los procesados. De las nacientes lumbreras del tercer mundo que llegan a las universidades europeas se espera que contribuyan a la investigación punta en su materia y al tiempo al prestigio de la universidad que les contrata. Con el tiempo, si lo creen necesario, aprenderán la lengua del país, porque les será más útil para su trabajo o porque tengan un plus en su nómina o por lo que sea. La obligación de aprender un idioma por motivos espurios -lengua del país, lengua oprimida, lengua de prestigio-, es del mismo orden moral que obligar a la mujer del pañuelo color pistacho a borrarse el carmín.
Aquí a qui s'obliga a desmaquillar-se és a l'usuari de la justícia que vol usar la seva llengua davant del jutge. Uns som bilingües, els altres només es maquillen d'una manera. El joc és sempre el mateix: fer passar la víctima pel culpable.
Una cosa és allò que un fa en la seva esfera privada i una altra de molt diferent allò que comparteixes en l'esfera pública. En aquesta darrera esfera no s'ha de parlar la llengua del país per una nòmina. És per pura dignitat i per respecte als qui tens al davant. Els tribunals de la Haya o Estrasburg són internacionals (o europeus, com a mínim). El jutjat del Prat no ho és pas.
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