jueves, 26 de junio de 2008

El asombroso viaje de Pomponio Flato


Está admirablemente bien escrita. Se nota que el autor ha disfrutado. Domina el tiempo del relato, jalona adecuadamente los momentos de interés, coloca aquí y allá las muchas referencias con las que establece una complicidad con el lector, un guiño de mutua inteligencia y humor. Mitología sagrada y profana, autores clásicos y bíblicos, referencias históricas, frases hechas tomadas del latín o citas literales de la Biblia, fábulas con animales y hasta citas de personajes de novelas y películas –Judá Ben-Hur, por ejemplo. Se permite hacer variaciones sobre fábulas clásicas –la zorra y el cuervo con su trozo de queso, que se aparecen entre sueños al protagonista, burlándose de él, pero dejándole algún recado-, o inventarse directamente relatos de la historia sagrada, como el cuento didáctico de Amram, rey de Edam, que ordena a sus dos hijos acciones contradictorias –que provea al sustento de su concubina tras su muerte, al primogénito, y que la mate, al segundón- para mostrarles cómo se puede cumplir con el deber, sin dejar de ser buenos. Introduce incluso el tema tan actual de la especulación inmobiliaria, en la relación entre el sanedrín sacerdotal judío y la autoridad romana del siglo I, como motor principal de la acción política.

El estilo es limpio, preciso, frases cortas, esculpidas como una columna clásica, alejado del de su amigo Javier Marías, pero igualmente diáfano. El molde al que se ajusta es el del relato histórico con intriga, que tantos autores han cultivado en los últimos años, aunque ninguno con su elegancia, inteligencia e ironía. Se atreve a convertir en personajes de su trama a la familia sagrada y en ayudante del detective romano que ha de resolver la intriga al propio niño Jesús. Las escenas siguen episodios de los evangelios, como el rico Epulón y el pobre Lázaro o el de María Magdalena.

Mendoza ya nos había dado ejemplos de su querencia por los relatos detectivescos con personajes desquiciados, como aquel detective loco de El misterio de la cripta embrujada o del Laberinto de las aceitunas, aunque para mí el mejor Mendoza es el primerizo, el de La verdad sobre el caso Savolta o el de La ciudad de los prodigios. Luego dejó de interesarme, coincidiendo con el propio desinterés de Mendoza por la novela. Llegó a manifestar que no escribiría ninguna más. Pero incumplió reiteradamente su promesa. También aquí el protagonista padece un síndrome curioso -en el onomatopéyico nombre, Pomponio Flato, lleva la descripción del mal. Es una especie de friqui romano, que hace padecer y reír al lector. Con esta novela alcanza uno de sus mejores momentos, si no el mejor, cuando ya escribir y leer novelas es una actividad que nada tiene que ver con el arte y casi todo con el mercado.

1 comentario:

Gonzalo Muro dijo...

Muy acertado tu comentario. El estilo de Mendoza es impecable, su empleo de lenguaje, una rareza en nuestros días.
Un placer leerle a él y a tí.

Un abrazo.