lunes, 19 de mayo de 2008

Violencia xenófoba en Johanesburgo

Ser víctima convierte a un individuo en un ser herido, inválido, a veces por serlo queda además deshonrado y se torna invisible, un paria social. Es comprensible que una persona así se comporte de forma errática, azuzado por la revancha o el odio. La sociedad debe ayudar a las víctimas reparando su dignidad, restituyendo su hacienda, castigando a quien ha procurado su daño. Pero no puede asumir sus demandas irracionales.

Una víctima no alcanza un estatuto sobrehumano, su situación no puede trascender la humanidad, no puede ser más que un hombre.

Y sin embargo mitificamos a las víctimas, las convertimos en lo que no son. Cuanto mayor ha sido el daño infligido a las víctimas: judíos, negros surafricanos, víctimas de ETA, mujeres maltratadas, más nos abruma su dolor y más se enturbia nuestro entendimiento.

Por eso nos extraña a veces su comportamiento, nos resulta inconcebible. Por ejemplo en Sudáfrica. La violencia xenófoba se cobra 22 vidas en Sudáfrica, en varios ataques contra inmigrantes -sobre todo de Zimbabue, Mozambique y Malaui- en los suburbios de Johanesburgo. La ola de violencia ha provocado que cientos de personas buscaran refugio en iglesias.

Los negros surafricanos fueron objeto del apartheid durante muchos años, eso no les convirtió en individuos mejores, al menos no a todos. A muchos los hizo peores.

1. Los ataques xenófobos son odiosos, como cualquier tipo de violencia. Todo acto de violencia injustificada ha de ser penalizado.

2. Turbas armadas con pistolas incendiaron decenas de chabolas en suburbios de la ciudad más grande y poblada del país, al grito de "¡fuera los inmigrantes!", dice el periódico. Los ataques xenófobos se producen en los barrios pobres. Es ahí donde los inmigrantes disputan los puestos de trabajo a los nativos, aceptando salarios más bajos, es ahí donde coinciden tasas de paro y criminalidad muy elevadas, dónde escasean los servicios públicos, dónde más se nota el reciente aumento del precio de los alimentos. Los ataques racistas no se producen en los barrios ricos.

3. Los pobres además de acoger en sus barrios, en sus casas, en sus escuelas, en sus hospitales a los inmigrantes reciben el oprobio de ser condenados por racistas. Ellos no obtienen beneficios de la inmigración.

4. Los ricos, intelectuales, políticos, artistas, pueden alardear de multiculturalistas, de tolerantes. Sus privilegios les ponen a salvo. No conviven a diario con los problemas que comporta la inmigración. Ellos, sí obtienen, en general, beneficios de la inmigración. Además se presentan ante la sociedad como gente moderna, progresista, tolerante.

5. Los periodistas y los políticos no están para dar lecciones de bondad ni de superioridad moral, sino para informar fríamente o para prevenir y solucionar problemas.

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