Paul Lafargue, joven mestizo antillano, nacido en Santiago de Cuba, de espíritu inquieto, se enamoró de la segunda hija de Marx, Laura. Como pretendiente solicitó a Marx permiso para salir con su hija. Marx mostró su preocupación por el temperamento antillano de Lafargue en estos sorprendentes términos:
Usted me permitirá hacerle las siguientes observaciones:
1. Si quiere continuar sus relaciones con mi hija tendrá que reconsiderar su modo de “hacer la corte”. Usted sabe que no hay compromiso definitivo, que todo es provisional; incluso si ella fuera su prometida en toda regla, no debería olvidar que se trata de un asunto de larga duración. La intimidad excesiva está, por ello, fuera de lugar, si se tiene en cuenta que los novios tendrán que habitar la misma ciudad durante un período necesariamente prolongado de rudas pruebas y de purgatorio [...] A mi juicio, el amor verdadero se manifiesta en la reserva, la modestia e incluso la timidez del amante ante su ídolo, y no en la libertad de la pasión y las manifestaciones
de una familiaridad precoz. Si usted defiende su temperamento criollo, es mi deber interponer mi razón entre ese temperamento y mi hija [...]
2. Antes de establecer definitivamente sus relaciones con Laura necesito serias explicaciones sobre su posición económica. Mi hija supone que estoy al corriente de sus asuntos. Se equivoca. No he puesto esta cuestión sobre el tapete porque, a mi juicio, la iniciativa debería haber sido de usted. Usted sabe que he sacrificado toda mi fortuna en las luchas revolucionarias. No lo siento, sin embargo. Si tuviera que recomenzar mi vida, obraría de la misma forma [...] Pero, en lo que esté en mis manos, quiero salvar a mi hija de los escollos con los que se ha encontrado su madre.
Lafargue, aparte de por ser yerno de Marx, es conocido por divulgar el pensamiento marxista, en especial en España, y por su libro El derecho a la pereza, cuyas tesis fueron pronto consideradas por los marxistas clásicos y por los leninistas como pintorescas y utópicas. Sin embargo, sigue siendo interesante, a condición de que se relacione la pereza no con la siesta sino con el otium latino. El culto al trabajo, dice Lafargue, constituye una extraña locura, una religión de la abstinencia que genera cuerpos debilitados, espíritus encogidos, en suma, seres mutilados.
Sano de cuerpo y espíritu, me doy la muerte antes de que la implacable vejez, que me ha quitado uno detrás de otro los placeres y goces de la existencia, y me ha despojado de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía y acabe con mi voluntad convirtiéndome en una carga para mí mismo y para los demás. Desde hace años me he prometido no sobrepasar los setenta años; he fijado la época del año para mi marcha de esta vida, preparado el modo de ejecutar mi decisión: una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico. Muero con la suprema alegría de tener la certeza de que muy pronto triunfará la causa a la que me he entregado desde hace cuarenta y cinco años.
1 comentario:
Por cierto que hay un hecho curioso en la vida intelectual de lafargue y su relación con su suegro, Carlos Marx. Lafargue llevó los manuscritos del Drerecho a la Pereza a Carlos Marx. Este, una vez leído el trabajo en cuetión le dijo a su yerno: "Si esto que has escrito hasta ahora es marxismo, entonces yo no soy marxista"..........................
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