jueves, 10 de abril de 2008

País pequeño

El cielo estaba encapotado esta mañana, llovía, pero sin agua. Curioso fenómeno. Las calles estaban mojadas, la humedad alta, pero no hacía falta desplegar el paraguas. En mi viaje hasta el lugar de trabajo, no he tenido que poner en marcha el limpiaparabrisas, aunque llovía. Cielo fantasmal, gelatinoso, este cielo cubierto, sobre el país en el que habito, circunscrito a Barcelona y el delta del Llobregat. La metáfora era fácil, todos esos acontecimientos que hemos soportado durante el último año, pero sin vivirlos, el túnel del Carmelo, el colapso del aeropuerto y de las autopistas, el desplome de las infraestructuras con la llegada del AVE, el apagón eléctrico, el despilfarro del dinero público en informes sin contenido y por fin, ahora, los embalses vacíos, son una realidad parecida. La gente ha soportado todos esos desastres sin vivirlos, con un enfado soterrado, pero volviendo a confirmar a los gestores en sus puestos. La gente creyó en la materialidad de aquel electoral que decía Si tu no hi vas, ells tornen, basado en la estética de Reservoir Dogs, pero no en los socavones, en los retrasos y en los atascos. Esa realidad fantasmal aparece ahora de nuevo en los eufemismos del agua que se quiere trasvasar, pero con otro nombre, la del Segre al Llobregat, interconexión de cuencas, dicen, o la del del Ebro traída a Barcelona por barco, tren o por la mediana de la autopista, pero que no es trasvase. Aquella demagogia. Esta realidad gelatinosa, deslizante, que nos cuesta un pastón, dinero que como la lluvia de esta mañana, no se ve, aunque todos tengamos que pagarlo, en la oscura factura carísima del agua, en los billetes del ave que no admiten comparación con los de Francia...

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