Leí que un crítico decía que Ken Loach haría mejores películas cuando no se dejase llevar por su ideología. Probablemente tenía razón, pero el cine como el resto de las artes no ofrece ensayos sociológicos, sino que cuenta historias. Y generalmente entre él y su guionista, Paul Laverty, cuentan muy buenas historias. Esta trata de una mujer en la treintena que baqueteada por la vida y los trabajos basura ve una oportunidad en el mundo de los inmigrantes. Monta una empresa de trabajo temporal para servir de intermediaria entre inmigrantes y empresas que contratan por horas. Primero con inmigrantes con papeles y luego, a medida que se le complican las cosas y crece en ella la codicia, con ilegales, a los que les da papeles falsos.
Las buenas historias son aquellas que nos conmocionan al revelarnos algo en lo que no habíamos reparado o que no queríamos ver. Las artes en general, en el XIX y XX, cuando no se han dedicado a ensalzar a los poderosos o a conformar el mundo de acuerdo con la ideología dominante han procedido así, despertando la conciencia. Para la mayoría de los ciudadanos europeos los inmigrantes son individuos cetrinos, con acento extranjero, molestos, malolientes, malvestidos y que en ocasiones hacen mucho ruido. En general se les trata a distancia, raramente con afabilidad, y no se está dispuesto a ver en ellos individuos con problemas, con graves problemas: alquileres abusivos, trabajos ilegales, duros y mal pagados. Además los inmigrantes viven, a menudo, con temor a ser detenidos y devueltos a su lugar de origen sin haber cumplido su sueño y humillados por no poder cumplir las expectativas de sus familiares que tanto esperaban de ellos. También existe el mundo de los explotadores: inmobiliarios, empresarios, intermediarios. La película, quizá cargando las tintas, nos muestra todo eso. No falta la inyección, como en toda obra progre que se precie, de la porción de culpa que todo espectador-consumidor debe asumir por comprar los tomates algo más baratos a cuenta de la explotación laboral. Sí, es esquemática y algo maniquea, pero necesaria. Cuando se habla del problema de la inmigración, no sólo se atiende a los miedos de la clase media y baja europea, también y especialmente, supongo, a la mísera vida de los inmigrantes. Quizá, después de ver la película, y emocionados con esos seres bidimensionales de la pantalla, volvamos, sin embargo, a lo nuestro y hagamos un gesto de asco cuando nos crucemos con esa misma gente, ya en formato tridimensional, es decir, con inmigrantes de carne y hueso. O quizá exijamos a los políticos que se pongan manos a la obra.
"Queremos que nuestro hijo sea sordo"
Una pareja británica exige una selección genética para alumbrar un hijo con su misma discapacidad”.
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