El miedo es el más siniestro de los demonios de las sociedades abiertas. El Estado se retira, transfiere sus funciones a la empresa privada (la seguridad, por ejemplo). Lejos quedan las viejas instituciones estables en nuestro mundo líquido. El individuo vive la incertidumbre de tener que arreglárselas por sí mismo. Se acobarda. Una panoplia de elementos muestran la tenaza del miedo: los todoterrenos, las cámaras de seguridad, los vigilantes jurados, la ropa protectora, el calzado de suela reforzada, las clases de artes marciales, las dietas para fortalecer el cuerpo. La vida se fragmenta. La izquierda ante esta situación está desorientada. Al mundo fijo, enquistado, de la utopía comunista le sucede el Estado en retirada. Así habla Zygmunt Bauman, en su último libro, Tiempos líquidos.
Bauman hizo una combinación resultona, modernidad líquida. Tuvo éxito y la repite allá donde le permitan editar un nuevo libro. No dice nada nuevo, repite los mismos temas (la limitación de la libertad que la globalización supone; la pobreza global que huye, expulsada), con las mismas contradicciones (la democracia sólo será si es global), cita a los mismos autores que a su vez lo citan a él (Adam Curtis, Naomi Klein, Clifford Geertz) en una suerte de pensamiento circular, pone los mismos ejemplos de coerción agobiante (Guantánamo, Abu Ghraib), señala a los mismos culpables (la falta de solidaridad, la voracidad de las fuerzas no estatales), utiliza conceptos lustrosos, pero insignificantes (identidades inefables, indecibles, al modo de Derrida) y ofrece máximas abstractas que sugieren ilusorias soluciones (el mercado sin fronteras es una receta para la injusticia).
Y como novedad, para que no decaiga, hace algunas osadas acusaciones: los voluntarios de las onegés, a los que llama agentes humanitarios, serían en realidad “limpiadores étnicos”. Los campamentos de refugiados serían laboratorios en que se prueba y ensaya la vida líquida, una vida permanentemente transitoria. Metáfora con la que llega al orgasmo y al corazón de su editor.
Para acabar, y como argumento de autoridad que valide lo que ha escrito sin fundamento, copia uno de los fragmentos más citados en las últimas décadas. Esta cita de Las ciudades invisibles, donde Italo Calvino hace decir a Marco Polo frente a Kublai Kan: « El infierno de los vivos no es algo por venir; hay uno, el que ya existe aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Hay dos maneras de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de serlo. La segunda es riesgosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.»
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“El experimento multiculturalista del Raval -el antiguo Barrio Chino barcelonés- ha resultado no ser lo mismo que subvencionar el teatro de vanguardia o pretender la identificación de Barcelona con la trasgresión estética. Darse un paseo por
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