miércoles, 28 de noviembre de 2007

La devastación de Hamburgo

Recorría las calles movido por el viento y clamaba a todo el que se encontraba que tenía que contarlo, que se veía obligado a decir lo que había visto. En general la gente lo evitaba, buscaban la otra acera cuando lo veían de lejos, torcían en las esquinas o daban media vuelta si la calle era demasiado estrecha y topar con él era inevitable. En aquel tiempo no había apenas coches, sólo gente deambulando entre edificios caídos y escombros. Si en algún lugar topaba con un grupo de gente reunida, se hacía sitio a codazos hasta el centro y comenzaba su relato. La gente tardaba en reaccionar, no porque escuchasen lo que tenía que decirles sino porque todo era lento entonces. Cuando se quedaba solo volvía a caminar como un loco o perseguía, a veces corriendo, a los que de él huían. Lo evitaban, pero él siempre se hacía visible. Así que una mañana apareció muerto en la plaza del centro. En el breve informe del policía encargado del caso se dice que los que no querían oírlo tuvieron que darle muerte porque difundía un frío mortal.

(Variación sobre un tema de Hans Erich Nossack)


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“Sitg Dagerman, que en el otoño de 1946 informaba desde Alemania para la revista Expresen, escribe desde Hamburgo que viajando en tren, a velocidad normal, estuvo contemplando durante un cuarto de hora un paisaje lunar entre Hasselbrook y Landwehr y no vio un solo ser humano en aquella inmensa zona incontrolada, quizá el campo de ruinas más horrible de toda Europa”. El tren, escribe Dagerman, como todos los trenes de Alemania, estaba muy lleno, pero nadie miraba afuera. Y a él lo reconocieron como extranjero porque lo hacía”

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