
Parece que la mayor parte de las películas actuales tengan que girar en torno al terror o al thriller. Supongo que eso es lo que esperan los que mastican palomitas en el cine. Esta Adiós pequeña, adiós parece que no se sale del guión. Una pareja de detectives novatos se meten en el asunto del secuestro de una niña de cuatro años. Madre drogata en compañía de gente poco deseable, familiares que parecen más interesados en la niña que en la propia madre, policía que está dispuesta a saltarse la ley con tal de resolver el caso. Acción, muertes, palabras. Sin embargo la película ofrece más de lo que aparenta. Deja para el final un dilema con el que se pretende revolver las tripas del espectador, y a fe que lo consigue, porque como en todos los buenos dilemas las dos opciones que se plantean son de una gran incomodidad moral.
Ben Affleck se dió a conocer como pareja artística de Matt Damon en el guión de El indomable Will Hunting. Fue un bombazo: un guión inteligente y dos jóvenes actores que nacían para comerse el mundo. La pareja siguió senderos distintos, parecía que las buenas pelis las escogía Matt Damon y las malas pero bien remuneradas Ben Affleck. Sin embargo, ahora en la dirección y en el guión de esta Adiós pequeña, adiós el patito feo demuestra que no es sólo una cara bonita.
La peli es muy incómoda de ver, sucia, en casi todos los aspectos: actores poco agraciados, salvo la pareja protagonista, y con reparaos, un barrio que uno no esperaría de las afueras de Boston, allí donde se junta la clase media que apenas llega a fin de mes y los marginales que viven de sus debilidades, trama con ritmo sincopado, fotografía oscura, descolorida, planos exteriores con teleobjetivo, para captar a esa humanidad americana de gordos, malencarados, gente de chándal y camisetas sucias y holgadas, que no se acostumbra a ver en las películas de Hollywood, como si se estuviese rodando un documental verista que atrapa a la gente desprevenida en su desventura.
Quizá se quiera contar demasiado, recorre el guión todas las posibles vías que puede ofrecer un secuestro, y el dilema final que es lo importante no se vaya presentando a lo largo del metraje y aparezca de forma abrupta, pero la peli, como en Mystic River, basadas las dos en novelas del mismo autor, Dennis Lehane, tiene miga, inquieta y no permite que la digestión de las palomitas sea demasiado plácida.
Entre el orgullo por haber conseguido un scoop internacional (la trascripción de la charla de Crawford, entre Bush y Aznar, del 22 de febrero de 2003) y el odio sin desmayo que profesan al ex presidente, ha podido lo primero. Así que reproducen el extenso análisis que en el New York Review of Books dedican a esa trascripción.
La suerte que tiene EP es que sus lectores no leerán ese análisis, porque en él no se empequeñece la figura de Aznar, sino al contrario. Dicen cosas como esta, -bien es cierto que para que resalte mejor la torpeza y simplicidad del cowboy de Texas, bravucón o gánster de película, que así califican al presidente americano: “Aznar, un idealista católico de derechas que cree en los argumentos sobre derechos humanos para derrocar a Sadam Husein”. Le reconocen buen juicio: “La "sociedad civil" iraquí que, según dice a Aznar, es "relativamente fuerte", pronto será diezmada por el saqueo y el caos prolongado que sigue a la entrada de las tropas estadounidenses en Bagdad”.
O transcriben este diálogo:
“Aznar, el europeo sofisticado, vierte un comentario irónico al respecto. Es el momento más jamesiano de la obrita de Crawford; casi podemos ver la ceja arqueada:
Aznar: "Lo único que me preocupa de ti es tu optimismo".
Bush: "Soy optimista porque creo que estoy en lo cierto. Estoy en paz conmigo mismo. Nos ha correspondido hacer frente a una seria amenaza para la paz".
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