lunes, 26 de noviembre de 2007

2666

Después de asistir al maratón de cinco horas que es 2666 la pregunta inevitable, fruto del aturdimiento, es qué pretenden los autores de esta obra. En esta pieza de teatro, se cuentan muchas cosas, un torrente de historias, una montaña de nombres y reflexiones librescas, pero para qué, con qué objeto. No parece que haya grandes divergencia entre el libro de Roberto Bolaño y el montaje teatral de Pablo Ley y Alex Rigola -hay referencias directas al libro: un texto inicial, un fragmento de una entrevista, una fotografía del autor- así que, el desconcierto del espectador debe ser el mismo que el del lector. El lugar hacia el que se dirigen todas las historias, el sustrato sobre el que se asientan, es el secuestro, desaparición y muerte de las mujeres mejicanas de Ciudad Juárez, Santa Teresa en la ficción. Lo que se cuenta en la representación teatral, y en el libro también, está dividido en cinco partes: “La parte de los críticos”, “La parte de Amalfitano”, “La parte de Fate”, “La parte de los crímenes” y “La parte de Archimboldi”. Un hilo conductor parece enhebrar la caótica sucesión de historias, la búsqueda de un escritor de culto alemán, Benno von Archimboldi, del que en la primera parte se nos cuenta el interés que despierta su personaje, al que persiguen cuatro de sus traductores –un francés, un italiano, un español y una inglesa-, abducidos por la lectura de sus novelas, que se convierte en adicción para quien la inicie, y por el misterio que lo envuelve como persona, ya que nadie sabe quién es ni dónde vive. En la última de las cinco partes se retoma al personaje para contarnos su vida. Soldado alemán de la segunda guerra mundial, que vive el horror de la guerra, escapa de la Alemania putrefacta y busca en el México de las mujeres desaparecidas un lugar donde restablecer o mantener a salvo su dignidad. La parte central, la de Amalfitano, es la más interesante, pero también la que más difícilmente se integra en el esquema general.

La obra parece debatirse entre el horror de la desaparición y muerte de esas más de 300 mujeres, que se nos cuenta en la cuarta parte –mafia, policía corrupta, estado ineficiente, periodistas inútiles, sociedad desestructurada, injusticia, al fin- y el deseo de redención –no sé si es la palabra adecuada- individual, que el escritor o los autores teatrales cifran en la dignidad. Hay una frase que se nos muestra en una pantalla –respuesta de Bolaño en una entrevista- que dice “mi única patria son mis hijos”- por la que vemos por donde va su opción. Entre el paraíso veneciano –lleno de italianas e italianos, culto y respetuosos de la ley- y el infierno mejicano –lleno de mejicanos machistas, corruptos y asesinos-, en el mundo predominan de largo las copias de este último. Parece pues que no haya esperanza.

Así que lo único que nos queda es la dignidad de un Benno von Archimboldi para quien en la literatura lo importante son los textos literarios y no la persona que hay detrás y para quien lo único que nos salva es la dignidad personal ante el horror que es vivir en el mundo. Ahí está precisamente la incoherencia y la gran falla de esta obra y de ese punto de vista. El escritor alemán, y todos los demás buenos personajes que acaban en Santa Teresa, como también cualquiera de nosotros, buenos espectadores llenos de inmejorables intenciones y sentimientos, queda o puede quedar a salvo gracias a su dignidad. Pero qué pasa con esas mujeres mejicanas. Pudieron, como nosotros, estar llenas de dignidad, pugnar por ello, de qué les sirvió. Es decir, la opción de los autores lleva al fatalismo.

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Necrológica de un charnego agradecido. (Paco Candel)

Un día se lo dije, a sabiendas de que repetía una frase desgastada pero convencido de que era pertinente: «Si Manolo [Vázquez Montalbán] y tú no hubierais existido, Pujol os habría tenido que inventar». (…) Sabía que sí, que él y Manolo eran la coartada de izquierdas de aquello, pero creía que no había traicionado ni sus ideas ni a su clase.

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