miércoles, 5 de septiembre de 2007

Temblar o soñar

"Soy el primero y probablemente el último". El genetista Craig Venter acaba de completar su mapa genético (más de tres años y 100 millones de dólares) y ahora lo ofrece a la humanidad para lo que fuere menester.

Las posibilidades de la biotecnología parecen ampliarse exponencialmente. Craig Venter, por ejemplo, sabe ya que sus genes le predisponen al Alzheimer, pero no se muestra muy preocupado porque parece que un conjunto de fármacos, las estatinas, va a mejorar el desarrollo de dicha enfermedad en los próximos años.

Dos posturas filosóficas se enfrentan a este tema desde posiciones encontradas: aquella que desde Un mundo feliz de Huxley asocia el desastre a la biotecnología (F. Fukuyama, El fin del hombre: consecuencias de la revolución biotecnológica). El conocimiento del genoma puede transformar la naturaleza humana, pero el acceso (social, económico, geográfico) a esta tecnología será desigual y producirá marginados genéticos, los esclavos de Un mundo feliz.

Sin embargo, otros, (E. O. Wilson, El futuro de la vida), hablan de la oportunidad que la ingeniería genética nos ofrece de controlar conscientemente la evolución humana por primera vez. La fe en el progreso en este caso anuncia si no un mundo feliz, si un mundo mejor.

Probablemente las dos posturas tengan algo de verdad y sean al mismo tiempo en exceso crédulas con respecto al poder de la ciencia. El control consciente de la evolución humana parece un sueño/pesadilla irrealizable; intervienen demasiadas variables (genéticas, ambientales, sociales, políticas) en dicha evolución como para dar un salto de alegría o para echarse a temblar.

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