
Esta vez los malos de la peli son dos buenos actores Al Pacino y Ellen Barkin. Ambos salvan a medias la función, porque Ocean y sus compañeros apenas ponen su jeta y nada más. Al Pacino, transmutado en gangster, roba un espectacular casino a punto de ser inaugurado a uno de los amigos de Ocean, Reuben (Elliott Gould), uno de los pocos personajes de la serie con algo de consistencia. Ocean tramará su venganza. Como en las dos películas anteriores de la serie la trama es lo suficientemente complicada como para que el espectador se desentienda rápidamente de la ilación lógica de lo que sucede para centrarse sólo en los diálogos graciosos entre los personajes y en la apostura de los famosos y guapos actores, cuya aparición en escena siempre es muy cuidada, bien trajeada y bien peinada. Todos los personajes de la pandilla de Ocean son planos, como los secundarios de comedia suelen ser. Así que queda en manos de Al Pacino hacer un papel a medias interesante; al final se va de la peli, porque no parece creer en su personaje, y sobre todo de la todavía muy bella Ellen Barkin a la que no importa bromear sobre su edad. Desgraciadamente las escenas finales, que interpreta junto a un improbable seductor Matt Damon, no son lo cómicas que el guión pretendía y no por culpa de
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El Pentágono podría haber estudiado la posibilidad de crear una bomba a base de hormonas que cambiara las tendencias sexuales del enemigo.
El maquiavélico plan tenía como oscuro fin crear un dispositivo que rociase con un potente afrodisíaco a los combatientes enemigos, algo que desencadenaría una bacanal derivada del presumible comportamiento homosexual que experimentarían los afectados (…) Por supuesto, con esta abanderada propuesta de «haz el amor y no la guerra» inundando en forma de mofa la mayor parte de los medios de comunicación norteamericanos, a los responsables del Departamento de Defensa no le ha quedado otro remedio que salvaguardar su orgullo y desmentir por activa y por pasiva dicha investigación.
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