martes, 19 de junio de 2007

Hipermodernidad

Hubo un tiempo en que la historia era cíclica (Platón condenaba el presente, añoraba la Edad de Oro), después con el dominio de la razón el progreso pareció infinito. La modernidad anunciaba la era de la felicidad y el fin del sufrimiento. Pero ha llegado el día en que tanto el pasado como el futuro están desacreditados y vivimos en presente continuo. Los individuos ya no creen en utopías y se dedican, con ambiciones limitadas, a su felicidad personal

La modernidad, desde el XVIII, prometió al individuo libertad, igualdad y autonomía personal, al tiempo que el Estado se fortalecía y establecía su imperio con reglas y normas de obligado cumplimiento.

Con la posmodernidad, desde los 70, llegaba la hora de la emancipación personal. El individuo se liberaba de las trabas institucionales, de las estructuras socializadoras (familia, iglesia, matrimonio…), de los grandes ideales revolucionarios; lo social era una prolongación de lo individual. La era del vacío. El individuo hedonista y consumista impulsivo sólo se fiaba del presente. La moda, el cambio continuo, era el síntoma que mejor definía el desdeño de la tradición y la afirmación del presente. Para qué esperar si los cachivaches electrónicos, la publicidad y los grandes almacenes nos ofrecen todo lo que podríamos necesitar. Carpe diem, es decir, culto a las sensaciones y los placeres del cuerpo. El consumidor impaciente, el adulto niño que lo quiere todo y ya. Eso explicaba Gilles Lipovetsky en La era del vacío y El imperio de lo efímero.

Bueno, quizá no era exactamente así, o no ahora. Lipovetsky ha leído las críticas a los posmodernos, a su exceso retórico que ocultaba la realidad. Y hace su particular revisionismo en Los tiempos hipermodernos. No estamos en la era de la posmodernidad, sino en la de la hipermodernidad. ¿Qué cambia? Todo es híper a nuestro alrededor: hipercapitalismo, hiperterrorismo, hiperconsumo; exceso en todos los campos, clonación, cirugía estética, turismo, pornografía, dopaje extremo en los deportes, obesidad, adicciones de todo tipo. Sí, todo eso y algo más. El hiperconsumista también es un hipernarciso: el placer personal importa más que la distinción social. El nuevo consumidor se mira en el espejo y por ello es más responsable, más maduro. La responsabilidad ha reemplazado a la utopía festiva.

Lipovetsky ha repasado autores algo olvidados (Montaigne, Séneca y su pensar pausado), pero también a otros que estudiaron la sociedad americana, de donde viene este modo de vida, como Alexis de Tocqueville. Valores como la verdad, la justicia, la amistad o el amor no han muerto (como les pareció a los posmodernos) dice, como en un acto de contrición. El culto al presente tiene una doble cara: la sensibilidad ecológica frente a la fiebre del consumo; el individualismo extremo frente a la solidaridad de las oenegés; las aspiraciones hedonistas por un lado y por otro los padres buscando las mejores escuelas para sus hijos; la liberación de costumbres frente a la desarticulación familiar; empresas con códigos deontológicos pero sin trabas para el despido, empresas ecológicas que hacen vertidos salvajes; el hipermercado sí, pero también planes de pensiones para la jubilación. Así procede siempre Lipovetsky, grandes conceptos sustentados en débiles metáforas.

Ahora su vehículo explicativo es la salud. La moda explicaba la cosa de la posmodernidad; la preocupación por la salud explicaría el mundo paradójico de la hipermodernidad: obesidad y dietas, productos sanos y comida rápida, actividad física y sedentarismo extremo, anorexia y bulimia y cuerpos danone, leyes antitabaco y adiciones múltiples.

La hipermodernidad tiene dos lógicas la de la autonomía individual y la de su dependencia. Narciso responsable y ético pero muy frágil. El Rémy Girard de Las invasiones bárbaras sirve como ejemplo: del gozad sin trabas al temblad toda la vida. El coste de este mundo paradójico es la fragilidad del individuo, depresiones, ansiedades y suicidios. La hipermodernidad provoca una gran tensión, la vida es estresante, la vida es insegura, vivimos angustiados. El individuo está sólo, sin las grandes ideologías que le protegían y que enmarcaban sus actos dándoles sentido. Sí, pero a cambio estamos en la era del individualismo responsable, dice, como para poner un final de película a su historia. Persisten los ideales éticos: asociaciones de ayuda, valores democráticos consensuados (por oposición al relativismo); no hay la anarquía sexual anunciada… Hemos de inventar una nueva democracia y un nuevo mercado de acuerdo con los principios del humanismo contemporáneo. Ese el programa, pero los electores de momento –Segolène- no le dan su confianza.

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Un ministro de Pakistán (¡un ministro de Pakistán!) afirma que el título de 'Sir' concedido a Rushdie justifica ataques terroristas.

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