Superioridad moral. El uno con traje muy serio, de azul ministerial, la otra con sorprendente chaqueta negra sobre blusa blanca con cuello estilo mao. Discurría el debate con cierta normalidad, tal como se espera de dos candidatos franceses cultos, leídos, haciendo honor a su gran tradición dialéctica. Sarkozy, contenido, sereno, presidencial, haciendo promesas concretas con estilo argumentativo. Ségolène, más agresiva, con recursos más populistas, echando mano de casos concretos para hacer mella en su rival, con vagas soluciones a los problemas que se debatían. Todo bien, hasta que una de las promesas de Sarkozy ha cogido a Ségolène con el pie cambiado. Hablaban de educación, de acuerdo los dos en recuperar la autoridad del maestro, su autoestima, de acuerdo en volver a valorar el saber, el mérito, cuando el candidato de la derecha ha prometido que, durante su mandato, si los franceses le daban su confianza, todos los discapacitados –handicapés- serían escolarizados en la escuela normal que les correspondiese. Ségolène ha montado en cólera y ha acusado al ex ministro del interior de inmoral y mentiroso, las palabras más gruesas que se han oído en el debate, por hacer tal promesa. Sarkozy, siguiendo el consejo de Napoleón, deja que tu enemigo se ahorque con su propia cuerda, ha dejado durante un buen rato que su adversaria mostrase su cólera, como ella misma decía, en un tono por encima de lo normal. Luego, Sarko ha aprovechado su ocasión y le ha echado en cara que le llamase inmoral y mentiroso, porque, como la izquierda en general, no soportaba que un tema que consideraba propio fuese asumido por la derecha. "Un presidente de la República ha de mantener la calma, madame Royal; usted ha perdido los nervios", ha rematado. Ha sido el punto álgido del debate. Esta vez, la superioridad moral le ha traicionado a Ségolène, que ha perdido los papeles y probablemente también la presidencia.
Qué envidia, de todos modos, asistir a un debate serio, pausado, sin apenas interrupciones, sin periodistas más listos que los debatientes, sin cortes publicitarios, entre dos candidatos que se respetan, que apenas se levantan la voz, sin muestras de ese odio visceral que en España la izquierda y la derecha se profesan. Qué envidia oír hablar de problemas reales, no oír ni una mención al terrorismo, ni una mención a ETA. ¡Quiero ser francés!

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