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La vida de los otros
Un agente de la Stasi, policía política de la extinta RDA se ve implicado en la vigilancia de una pareja de artistas, escritor él, actriz ella. El agente, que acomete la vigilancia con la profesionalidad del funcionario de un Estado comunista, acaba por darse cuenta que lo que hay detrás es o mero oportunismo político, por parte de su jefe inmediato, o ardor en la entrepierna por parte de su ministro, que lo que quiere es destruir al escritor para beneficiarse a la actriz. La película está bien hecha y divierte. Me gusta su minimalismo expresivo, en parte debido al decorado de un país que no podía permitirse el lujo, en parte a la contención de los actores y a la frialdad expositiva del director. Bueno el guión, buenos esos tonos grisáceos de la fotografía, buenísimos los actores. Y la cosa podría quedar ahí, como una buena película de intriga con el telón de fondo de las postrimerías de la guerra fría, si no fuese por el plus que algunos críticos y comentaristas han querido darle como denuncia de aquel Estado totalitario. Pero qué denuncia es esa, ¡si ese Estado ya no existe! Hay montones de películas que buscan su decorado en los momentos más lóbregos de la historia, pero no por ello son denuncia de la Inquisición, del esclavismo, de las condiciones laborales bajo la primera industrialización. Si así fuese serían películas falsarias, reaccionarias porque intentan conducir el espíritu de protesta y rebelión contra la injusticia, natural a todo espectador, hacia molinos de viento. Es lo que está sucediendo en España con esa cosa de la memoria histórica y le represión franquista. Esta película es extemporánea, si quería ser más que una película debería haber sido rodada en el momento en que sucedían los hechos (aunque fuese en la otra Alemania, o en España, o en Francia o donde fuese). Por qué no se hizo, buena pregunta. Las buenas películas sobre ETA o sobre la corrupción urbanística o sobre el terrorismo islamista (Theo van Gogh) son las que se han hecho o se están haciendo ahora, no las que se hagan cuando el problema haya quedado en el pasado. Su falsedad se ve en la emoción que intentan inducir en el espectador (La Lista de Schindler, por ejemplo, o La vida es bella, el colmo de la falsedad). La emoción produce un efecto desmovilizador (dura lo que el espectador tarde en levantarse de la butaca), inhibe la reflexión. El resultado es esa enfermedad del buenismo que se propaga sin remedio, que ve los males del pasado y de la lejanía, pero que es incapaz de detectar y enfrentarse a los que tiene al lado.
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Nota al pie. Cuando el informador actúa de mala fe.
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