Cuando el 19 de febrero de 1945 comienzan a desembarcar los marines americanos en Iwo Jima los japoneses ya sabían que la guerra la tenían perdida. ¿Por qué pues estaban dispuestos a la defensa encarnizada de un islote rocoso y sulfuroso, de apenas 20 kilómetros cuadrados de superficie, sin vegetación ni agua? Los americanos en su incontenible avance querían una plataforma para sus cazas Mustang P-51, necesarios para escoltar a los B-29, el arma decisiva para minar la moral japonesa. Los japoneses querían firmar una paz honrosa. La resistencia hasta le muerte que planearon en Iwo Jima era una demostración de lo que les esperaba a los americanos si persistían en su idea de conquistar el archipiélago nipón.
Cuando Joe Rosenthal tomó la famosa foto de los soldados alzando la bandera en el monte Suribachi, quedaban atrás el sangriento desembarco sobre una estrecha playa cubierta de cenizas, donde la artillería japonesa había bombardeado a placer a los atascados soldados, lanchas, bulldozers y tanques americanos. Pero eso fue sólo la mitad del desastre, la otra mitad les esperaba en las faldas del monte Suribachi, lleno de túneles y munición, donde estaban atrincherados los japoneses. Sólo después de cinco días consiguieron los marines izar la bandera en un trozo de cañería que encontraron en los escombros. La cruenta batalla duró un mes todavía, en un terreno escarpado, maloliente, lleno de minas y de japoneses entrenados para morir. Unos 7000 marines perdieron la vida, frente a 18000 japoneses, prácticamente tantos como la defendían. Cuando Truman decidió lanzar la bomba atómica el 6 de agosto tuvo en cuenta esta experiencia.
Lo mejor de la película de Clint Eastwood es la narración de esa batalla. La excusa para hacerla ha sido la historia que rodea la foto. La famosa foto no recoge el momento del izado de la bandera sino su repetición. La primera bandera había sido retirada. La foto de Rosenthal dio la vuelta al mundo, fue utilizada por Roosevelt para su campaña de venta de bonos de guerra, y se convirtió probablemente en la foto más famosa de la 2ª guerra mundial. En su segunda parte el director se enreda en una especie de falso documental que quiere reconstruir aquel momento de euforia y falsificación. Sin embargo nunca pierde el pulso y sus actores transmiten la verdad de unos personajes que vivieron el momento más importante de sus vidas. Siendo una peli imperfecta el espectador nunca tiene la impresión de que le estén tomando el pelo. La exposición serena de los hechos permite ir formando el juicio sobre lo que ocurrió, sin sentirte obligado a emociones inducidas. Habremos de esperar unas semanas para ver la versión japonesa del asunto: Cartas desde Iwo Jima.
Nota al pie. Buscando la causa. De cómo construir una noticia, de modo tal que la víctima aparezca como merecedora de su asesinato.
Cuando Joe Rosenthal tomó la famosa foto de los soldados alzando la bandera en el monte Suribachi, quedaban atrás el sangriento desembarco sobre una estrecha playa cubierta de cenizas, donde la artillería japonesa había bombardeado a placer a los atascados soldados, lanchas, bulldozers y tanques americanos. Pero eso fue sólo la mitad del desastre, la otra mitad les esperaba en las faldas del monte Suribachi, lleno de túneles y munición, donde estaban atrincherados los japoneses. Sólo después de cinco días consiguieron los marines izar la bandera en un trozo de cañería que encontraron en los escombros. La cruenta batalla duró un mes todavía, en un terreno escarpado, maloliente, lleno de minas y de japoneses entrenados para morir. Unos 7000 marines perdieron la vida, frente a 18000 japoneses, prácticamente tantos como la defendían. Cuando Truman decidió lanzar la bomba atómica el 6 de agosto tuvo en cuenta esta experiencia.
Lo mejor de la película de Clint Eastwood es la narración de esa batalla. La excusa para hacerla ha sido la historia que rodea la foto. La famosa foto no recoge el momento del izado de la bandera sino su repetición. La primera bandera había sido retirada. La foto de Rosenthal dio la vuelta al mundo, fue utilizada por Roosevelt para su campaña de venta de bonos de guerra, y se convirtió probablemente en la foto más famosa de la 2ª guerra mundial. En su segunda parte el director se enreda en una especie de falso documental que quiere reconstruir aquel momento de euforia y falsificación. Sin embargo nunca pierde el pulso y sus actores transmiten la verdad de unos personajes que vivieron el momento más importante de sus vidas. Siendo una peli imperfecta el espectador nunca tiene la impresión de que le estén tomando el pelo. La exposición serena de los hechos permite ir formando el juicio sobre lo que ocurrió, sin sentirte obligado a emociones inducidas. Habremos de esperar unas semanas para ver la versión japonesa del asunto: Cartas desde Iwo Jima.
Nota al pie. Buscando la causa. De cómo construir una noticia, de modo tal que la víctima aparezca como merecedora de su asesinato.
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