"Se me ha infligido una herida. Necesito desinfectarla y vendarla, no reflexionar sobre por qué el verdugo me asestó el golpe, y de esa guisa, al comprender sus motivos, acabar medio disculpándolo". AMÉRY, Jean.
No sé si se puede considerar como un cambio de paradigma en la percepción de la violencia política, pero parece evidente que desde hace unas décadas, poco a poco, ha ido calando un nuevo punto de vista. Acostumbrados a ver las razones de los violentos, de los terroristas, de los que matan por motivos políticos, cuesta mucho ponerse en el lugar de las víctimas. Sin embargo, cada vez se impone con más fuerza el punto de vista de las víctimas y su dignidad y cada vez nos importan menos los verdugos y sus causas. Las víctimas no son todas las víctimas, cada una tiene nombre y circunstancia. Las víctimas no admiten comparación unas con otras. Perversas operaciones, ambas, para degradarlas, para asociarlas a otros verdugos y ser verdugos ellas mismas. Si así se hace, mueren, se las tortura o se las degrada por segunda vez.
Los libros de Jean Amèry o Hanna Arendt llevan muchos años en el mercado, pero la idea de que existen causas que justifican el dolor y la muerte del prójimo, la idea de que hay ideales superiores a las vidas humanas son ídolos difíciles de abatir. Ayer Reyes Mate escribía un luminoso artículo sobre el tema, la risa del terror. En arriesgada opinión, lo considero el mejor artículo del año. Cuando uno encuentra reflexiones como ésta, piensa que no todo está perdido, que cabe el progreso moral, que el mundo tiene remedio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario