lunes, 30 de marzo de 2015
A Most Violent Year
jueves, 26 de marzo de 2015
Julen
miércoles, 25 de marzo de 2015
Genética y grupos humanos
El ser
humano (sapiens) convivió durante milenios con otros hermanos del género homo
como el neanderthal, el erectus, el denisovano, el rudolfensis y el ergaster.
Es posible que con muchos otros que estén por descubrir. El último de sus
hermanos el homo floresiensis desapareció hace 12.000 años, aunque es probable
que a este último, recluido en la isla de Flores, no lo llegase a conocer.
¿Cómo es que todas las demás especies se extinguieron, quedando sobre la Tierra
únicamente el homo sapiens? ¿Provocó una especie de genocidio la expansión de nuestra especie por el planeta hace 70.000 años? ¿Se extinguieron por razones
ecológicas ante la competencia por los recursos? ¿Hubo tiempo para que las
distintas especies, contra la lógica de la biología que señala que la combinación
de especies diferentes no puede ser fértil, se aparearan? Hay dos teorías al
respecto, la del entrecruzamiento y la de la sustitución. En 2010 se pudo
comparar diferentes ADN de humanos. Ante la sorpresa de los científicos, se descubrió que en el ADN
del homo sapiens euroasiático persiste entre un 1 y un 4% de ADN neanderthal y
que el homo sapiens chino y coreano tiene un 6% de material denisovano (del
homo denisova). Esta constatación genera un montón de problemas. Quizá hubo un
momento, hace 50.000, que las especies no estaban tan diferenciadas para que no
fuese imposible la fertilidad de la mezcla. Es decir, el neanderthal y el
sapiens no eran especies separadas como el caballo y el burro, pero tampoco una
misma especie como el bulldog y el spaniel, más bien estaban en un escalón
intermedio.
Eso en cuanto a especies humanas diferentes, pero qué pasa con la diferenciación genética entre poblaciones del homo sapiens, ¿hay diferencias genéticas entre las razas actualmente existentes? Aquí es donde la lía Nicholas Wade con su libro Una herencia incómoda, donde sostiene frente al consenso (¿o los prejuicios?) de los científicos que la evolución humana reciente ha dado lugar a las razas, que los genes influyen en el comportamiento social, que el componente genético evoluciona y que las diferencias entre las instituciones sociales de las diferentes poblaciones pueden explicarse por diferencias genéticas además de por las culturales. 139 genetistas han publicado una carta descalificándolo: la evolución genética de la especie se habría detenido hace 50.000 años (lo que entraría en contradicción con las visibles adaptaciones al clima local como el color de la piel, a la escasez de oxígeno en las poblaciones del Tíbet y los Andes o ante las hambrunas en los genes del metabolismo para almacenar grasa). Wade se defiende diciendo que él no cree que una raza sea por naturaleza superior a las demás. “El racismo y la discriminación deben ser censurables por una cuestión de principios, no de ciencia. La ciencia trata de lo que es, no de lo que debiera ser”.
Eso en cuanto a especies humanas diferentes, pero qué pasa con la diferenciación genética entre poblaciones del homo sapiens, ¿hay diferencias genéticas entre las razas actualmente existentes? Aquí es donde la lía Nicholas Wade con su libro Una herencia incómoda, donde sostiene frente al consenso (¿o los prejuicios?) de los científicos que la evolución humana reciente ha dado lugar a las razas, que los genes influyen en el comportamiento social, que el componente genético evoluciona y que las diferencias entre las instituciones sociales de las diferentes poblaciones pueden explicarse por diferencias genéticas además de por las culturales. 139 genetistas han publicado una carta descalificándolo: la evolución genética de la especie se habría detenido hace 50.000 años (lo que entraría en contradicción con las visibles adaptaciones al clima local como el color de la piel, a la escasez de oxígeno en las poblaciones del Tíbet y los Andes o ante las hambrunas en los genes del metabolismo para almacenar grasa). Wade se defiende diciendo que él no cree que una raza sea por naturaleza superior a las demás. “El racismo y la discriminación deben ser censurables por una cuestión de principios, no de ciencia. La ciencia trata de lo que es, no de lo que debiera ser”.
lunes, 23 de marzo de 2015
La vida a la velocidad de la luz
“Habíamos
logrado lo que casi quince años antes había sido sólo un sueño disparatado.
Empezando con ADN procedente de células, aprendimos cómo leer exactamente la
secuencia de ADN. Digitalizamos con éxito la biología al convertir el código
químico analógico de cuatro letras (A, T, C, G) en el código digital del
ordenador (unos y ceros). Ahora habíamos avanzado con éxito en la otra
dirección, empezando con el código digital en el ordenador y recreando la información
química de la molécula de ADN, y después a su vez creando células vivas que, a
diferencia de cualquiera de las que hubo antes, no tenían historia natural”.
Para Craig
Venter el genoma es el equipo lógico de la vida, el código necesario para
crearla. Sin embargo, ¿es suficiente para afirmar que se ha creado vida? Lo que
hizo fue insertar ese código en una célula, pero no crear la célula. De
momento. Sin embargo las consecuencias de ese logro son inimaginables. Ya se
puede alterar genéticamente la E. coli para proporcionar insulina
humana, inducir a bacterias a producir coagulación para tratar la hemofilia o
fabricar la hormona de crecimiento para tratar el enanismo; obtener plantas
resistentes a la sequía, a las plagas, a los herbicidas y a los virus; aumentar
el rendimiento y el valor nutritivo de plantas; fabricar plásticos o reducir el
uso de fertilizantes basados en combustibles fósiles. Y un sinfín de cosas como
alterar genes de animales para mejorar la producción, definir mejor y tratar
enfermedades humanas, elaborar sustancias químicas u órganos de cerdos que
puedan ser trasplantados y hasta utilizar terapia génica para curar
enfermedades. Ha nacido una nueva rama en la que los ingenieros aplican los
nuevos conocimientos, la biología sintética.
Con este
logro, queda descartado que la vida dependa de una fuerza vital (vitalismo) o
misteriosa o exógena, se trata simplemente un sistema de información. Otra de
las cosas que aprendemos en este libro es que los hallazgos científicos no son,
o ya no son, fruto del genio de un individuo, como en el pasado un estallido de
luz en la mente única de por ejemplo Miguel Ángel, Einstein o Newton, ahora no
se logran avances si no es en colaboración con un amplio equipo (48 personas),
que a su vez se apoya en el trabajo de equipos de otros laboratorios.
En los
capítulos finales, Craig Venter habla de las posibilidades que se abren a la
biología sintética y aparece un mundo de ciencia ficción que sin embargo él y
sus colaboradores ya están implementando en Synthetic Genomics, INC, y en el J.
Craig Venter Institute. Por ejemplo, la teletransportación biológica con base
en la teletransportación cuántica que ya se ha experimentado en 2012, enviando
un objeto macroscópico de 100 millones de átomos entre dos puntos distantes.
Evidentemente no se trata de transportar un hombre (1032 bits de
información) pero sí las instrucciones o el equipo lógico para fabricacarlo
(6x109). Las empresas de Venter están creando, por ejemplo, un banco
de datos de virus de base para prevenir las evoluciones de los virus y posibles
estallidos de pandemias de gripe y poder crear las vacunas cuanto antes. De hecho
tienen bancos de simientes víricas que podrían responder en pocas horas ante
una emergencia produciendo la vacuna adecuada. “La edad de oro de los
antibióticos puede hallarse en su final” por la resistencia que ofrecen los
patógenos, así que hay que volver a la época anterior, a la de los fagos
(bacteriófagos) que fueron desechados cuando Fleming descubrió la penicilina, una
terapia que podrían ser más efectiva y personalizada. Otra posibilidad de
ciencia ficción pero que ya está aquí es la de la fabricación biológica a
partir de la impresión en 3D. Impresoras de chorro de tinta capaces de
convertir información digitalizada en células vivas o incluso en organismos
pluricelulares complejos que podrían imprimirse para formar tejidos
tridimensionales funcionales.
“La
capacidad de imprimir un organismo queda algo distante, pero muy pronto se
convertirá en una posibilidad. Nos dirigimos a un mundo sin fronteras en que
electrones y ondas electromagnéticas transmitirán información digitalizada aquí
allí y a todas partes. Montada sobre estas ondas de información, la vida se
desplazará a la velocidad de la luz”.
Tecnologías
que nos servirán para descubrir y analizar a distancia vida en otros planetas y
para colonizarlos. Venter confía en que haya vida microbiana en el subsuelo de
Marte. Y que misiones futuras al planeta rojo nos lo confirmen.
viernes, 20 de marzo de 2015
El clásico
Recibo un
imperativo mensaje en el móvil de mi compañía telefónica para que añada Canal+1
a mi contrato de Fusión para ver el clásico de este sábado, evidentemente con
coste. La verdad es que hay otras opciones, podría piratear la señal o podría
ir al bar de la esquina. En el bar de la esquina hay ruido, tensión entre
hinchas rivales y emoción, también con un coste: si lo hago cada semana me sale
más caro que si contrato lo que mi compañía me pide. En mi mente se cruzan dos
sistemas de reglas éticas enfrentadas. La primera recuerda campañas a través de
artículos de opinión y de publicidad alertándome contra la ilegalidad y en
defensa de los derechos privados. Me alertan diciendo que puedo ser un
delincuente o que perjudicaré a mi equipo si pirateo. Por el otro lado me
hablan del Internet libre, de la gratuidad debida de los contenidos, del abuso
de las grandes empresas. Medito. Si todo el mundo piratea, el sistema es
insostenible, las empresas y con ellas los puestos de trabajo y el propio
espectáculo se hundirán. Por otro lado, veo los grandes tinglados que se han
montado en torno al futbol, empresas mediáticas surgidas de la nada o en colusión
con partidos políticos amigos que han conseguido una capitalización
espectacular desde la nada, por no hablar de los desproporcionados salarios de
los actores y directivos del espectáculo. También pienso en la riqueza, pocas
veces señalada, derivada de la competencia y rivalidad entre las dos ciudades,
Barcelona y Madrid. Es una gran suerte para el país contar con dicha rivalidad.
Así que he
decidido irme a un concierto de piano con sonatas de Beethoven que sucede a la
misma hora que el partido. Sé que el placer que me va a proporcionar, dentro de
mis expectativas románticas, es de más calidad pero menos emocionalmente
intenso. No lo puedo piratear, pero no me importa apoquinar el óbolo exigido.
Aunque, por debajo de mi decisión bien meditada, algo me dice que al acabar el
concierto vaya al bar de la esquina para ver los últimos minutos. Lo pensaré
con calma porque la gratificación sólo está asegurada al 50%. Si gana mi equipo
disfrutaré, pero si pierde me llevaré un gran berrinche.
jueves, 19 de marzo de 2015
La inteligencia del Homo Sapiens
La
expansión de la inteligencia es ambivalente. Es buena y es mala. Veamos. La
mayor explosión de inteligencia en la Tierra se produjo hace ahora 70.000 años,
en la llamada revolución cognitiva, cuando el homo sapiens adquirió el lenguaje
tal como lo conocemos, la capacidad de simbolizar y de representar el mundo y
con ella de colonizarlo. Un horizonte de posibilidades se abrió ante el hombre.
Quizá nunca antes, no sé si después, ha habido individuos más inteligentes, con
mayor capacidad craneana, con mejor adaptación al medio. Pero allí donde el
homo sapiens se expandía desaparecían el resto de especies humanas. Además con
el gran salto, a través del Pacífico, hace 45.000 años, hasta Australia (qué
proeza es comparable, ¿la de Colón?, ¿la llegada del Apolo 11 a la Luna?) comenzó
la primera de las grandes extinciones debidas al hombre, los grandes
marsupiales desaparecieron de Australia y de otras islas, la fauna desapareció
hasta el 90%. Lo mismo sucedió con los grandes mamíferos americanos cuando el
homo sapiens hace 16.000 años, a pie, sin sol, con temperaturas de -500,
cruzó el puente entre Siberia y Alaska y colonizó, desde el 12.000, en apenas
dos milenios, todo el continente hasta la Tierra de Fuego. Lo mismo sucedió más
recientemente en la isla de Wrangel con los mamuts, en Nueva Zelanda con las
grandes aves o en Madagascar. El homo sapiens ha sido la especie más mortífera
que ha habido nunca sobre la Tierra, un asesino ecológico en serie. De los 200
géneros de animales terrestres mayores de 50 kgs, 100 desaparecieron antes de
la Revolución Agrícola. Pero no acaba ahí la cosa, la segunda extinción vino
con esa revolución, y la tercera está sucediendo en la actualidad con los
cambios que se producen con la revolución industrial, cuando los grandes
mamíferos marinos que sobrevivieron a las anteriores pueden extinguirse ahora.
El doble
filo de la explosión cognitiva no sólo afecta a la especie también a los
individuos. ¿De qué modo? En la época de los cazadores recolectores cada
individuo debía estar alerta para sobrevivir y alimentarse. Fue cuando el homo
sapiens alcanzó la mejor adaptación posible al medio, eran los animales mejor
informados y diestros de la historia. El sapiens necesitaba menos horas
semanales para conseguir alimento, era más fuerte, más atlético, tenía una
dieta más completa y más equilibrada. Los antropólogos hablan de las
“sociedades opulentas originales”, aunque sin idealizarlas, porque por otro
lado eran más ecológicamente crueles con los débiles a los que abandonaban o
mataban, donde la mortalidad infantil era grande. Pero con la revolución
agrícola algo cambió, hasta el cerebro del homo sapiens se ha reducido. La
especie se ha ido haciendo más inteligente pero al mismo tiempo, a medida que
las revoluciones agrícola e industrial se han consolidado, han aparecido, en
palabras de Yuval Harari, “nichos de imbéciles”, gente que no necesita
especiales destrezas para sobrevivir porque la sociedad les provee de lo básico,
gentes que trasmiten sus genes. La especie acumula más saber pero es posible
que los individuos sean cada vez más tontos. La tecnología es una adaptación
que al tiempo que nos libera de acciones y esfuerzos básicos reduce la
necesidad de permanecer alerta y de transmitir destrezas. Como especie hemos
asegurado nuestra supervivencia (producción de alimentos, lucha contra las
infecciones), pero hemos aumentado nuestra debilidad como individuos. Ante un
evento catastrófico durante el que la sociedad se desmoronase lo tendríamos más
difícil para sobrevivir.
miércoles, 18 de marzo de 2015
El último encuentro, de Sandor Marái
Cuando se
reúnen, por fin, el general pide a la nodriza que prepare la casa tal como
estaba la última vez que se vieron, hace cuarentaiún años. Primero comen en un
comedor en cuyo centro un gran jarrón señala en sus lados los cuatro puntos
cardinales, sentado uno frente al oeste, el otro frente al este, echando ambos
en falta la presencia de Krisztina en el centro, frente al sur, cuando la mujer
del general aún estaba viva. La conversación es morosa y las parrafadas del
general, convocando los recuerdos del pasado, la huída de Konrád sin despedirse
hacia el trópico, la última jornada de caza, largas. Konrád atiende o hace
pequeñas preguntas demandándose adónde quiere llegar el general, preguntándose
con el lector qué secreto quiere desvelar en las alusiones que va dejando caer.
Porque en realidad el parlamento del general es un largo monólogo que muy poco
a poco va trayendo a su conciencia y a la del lector las claves del misterio
que ha convocado aquella reunión después de tanto tiempo, con el amigo devuelto
desde el trópico como testigo, sin saber si, y ahí está una de las virtudes de
la novela, corrobora lo que el general va diciendo, si cuando cargó y levantó
la escopeta, en aquella última jornada de caza, apuntaba al ciervo que tenía a
la vista o apuntaba al general con la peor de las intenciones, si ese medio
minuto de intriga que ha permanecido durante cuarentaiún años en la mente del
general era fruto de su imaginación solitaria o no, si la palidez de Krisztina aquella
tarde antes de la cena, cuando la sorprendió con un libro sobre el trópico en
las manos, quería decir algo o no, como la ausencia del diario en su escritorio
dónde ella había prometido contar, en un pacto contra el secreto entre ambos,
todos sus sentimientos, era deliberada o no. El lector escucha el larguísimo
parlamento y arde en deseos de que el amigo empiece a hablar, corrobore o
niegue, pero diga algo, confirme o se desvanezcan las graves acusaciones.
El
parlamento del general es un lamento por su soledad, duda de la amistad de su
único amigo, Konrád, que nunca quiso aceptar la ayuda que le ofrecía, siempre
rechazó con orgullo sus regalos, también duda del amor de Krisztina que quizá
vio en el matrimonio una manera de ascender socialmente desde su pobreza. Quizá
nunca tuvo la amistad que él ofreció a su amigo ni el amor de su mujer. El
general ha vivido en medio de la ira y el resentimiento durante todos estos
años, después de aquella cacería, después de que su amigo se fuese al trópico,
después de que tras ocho años en los que Krisztina y él vivieron separados,
ella en la gran casa, él en la casa del bosque, en la casa de cazadores que su
padre había construido, sin dirigirse la palabra, cada uno con sus recuerdos
envenenados, imposibilitados de atenderse mutuamente, esperando cada uno que el
otro diese el primer paso, después de que tras esos ocho años ella decidiese
enfermar y morir, esperando este momento, el momento de la vuelta de su amigo
para hacerle dos preguntas, dice, preguntas que le han corroído pero que al
mismo tiempo ha sido el combustible que ha alimentado su vida. ¿Sabía Krisztina
que aquella mañana me ibas a matar?, pregunta ahora al amigo. Cuando llega el
desenlace, el momento en que el lector espera ansioso la respuesta del amigo,
no sucede nada, no hay respuesta a la primera pregunta y la segunda, planteada
y respondida cuando ambos se están despidiendo, es banal, sin interés
dramático.
Crítica
La novela
de Sandor Marái tiene una virtud, la prolongación del interés del lector
gracias a dos elementos, una frase de Krisztina en el momento climático de la
novela cuando tras la última cacería, el protagonista va a casa de su amigo,
comprueba que este se ha marchado inopinadamente al trópico, y con sorpresa encuentra
allí a su mujer. Krisztina, ante la huida de Konrád, reacciona así: “Era un cobarde”. El segundo motor de
suspense son las dos preguntas que el general dice querer hacer a su amigo en
la conversación que da pie al título de la novela, El último encuentro.
Dos preguntas que no acaban de llegar y cuando llegan decepcionan. Y ahora voy
con los defectos. La conversación, en realidad un monólogo del general retirado
de la guardia imperial punteado muy de tarde en tarde por monosílabos o por
pequeñas frases del amigo, se alarga de forma retórica con interminables
disquisiciones, la mayor parte secundarias, que no siempre aportan información
para enriquecer la trama, llena de como si y comparaciones repetitivas.
El lector mantiene la atención porque espera la respuesta del amigo para corroborar
el andamiaje del general o para contradecirlo desmontándolo. Pero nada de eso
sucede. El amigo no entra en acción, permanece como mero espectador, sin
contribuir al entendimiento de los sucesos del pasado. La primera pregunta
tiene interés pero el amigo dice que no la va a contestar y la segunda, ¿Es la
pasión lo único que merece la pena en la vida?, es banal tal como está planteada.
Da la impresión que el autor tuviese un tema, sin duda de interés, aunque más
en la época que Sandor Marái escribió que en la nuestra, el engaño, la palabra
que reiteradamente usa, que el protagonista sufrió por parte de su mujer y de
su mejor y único amigo, y una situación melodramática, el último encuentro y la
charla, después de cuarentaiún años de espera, entre los dos amigos, pero que
no ha sabido qué hacer, cómo llegar al final, cómo cerrarlo, que da vueltas y
vueltas construyendo el contexto en que se produjo intentando buscar una salida
sin hallar una solución elegante. Hay una contradicción no resuelta porque al
autor no ha sabido decantarse por una de las dos posibilidades que tenía ante
sí, o bien redondear a sus personajes, darles cuerpo, hondura psicológica, como
a veces parece querer hacer, sin lograrlo, porque Krisztina no deja de ser un
fantasma en la mente del general y porque Konrád no coge la palabra, en ningún
momento entramos en el intríngulis de su conciencia, es una presencia muda en
la larga perorata, o bien entregarse a la intriga, por la que otras veces
parece querer llevar al lector, pero que tampoco resuelve porque sobre las dos
preguntas que mantienen en vilo al lector el propio narrador confiesa al final
que no le importan, que ya conoce las respuestas, con lo que el lector se
siente estafado, no se le ha ofrecido las implicaciones psicológicas de la
conducta de Konrád o de Krisztina ni se le dado la respuesta sorpresiva que
prometía la intriga. Una novela, pues, desde mi punto de vista decepcionante, y
sobrestimada, con un el estilo elegante del best seller de calidad para gente
cultivada, con un buen ritmo pero nada más
martes, 17 de marzo de 2015
Desideratum
Estamos
atenazados por la culpa que nos llega del pasado y la inseguridad que nos
amenaza en el futuro. El deseo de aplacar la culpa y el deseo de obtener los
bienes que anhelamos como son siempre
del todo inalcanzables nos llenan de angustia, convierten la vida del presente en
agitado movimiento, un estrés que nos destroza. La condición del sabio ha sido
en diferentes épocas, en religiones diversas, en objetivos éticos, vivir al
día, liberarse de la mortificación de las consecuencias indeseadas de nuestros
actos, suprimir el deseo de atesorar cosas de modo que el simple vivir sea la
única voluntad. Vivir el presente de modo que esa aspiración no se convierta en
deseo sobre el que inclinar las fuerzas.
lunes, 16 de marzo de 2015
El desmoronamiento. Treinta años de declive americano
En realidad
su libro es un ensayo con vocación de novela, o al revés, una novela con
personajes reales, que es la actual moda, cada uno de ellos sintomático, cada
uno testigo de un tiempo de demolición. Real es Peter Thiel, creador de Paypal,
el político New Gingrich, la presentadora más famosa del mundo Oprah Winfrey,
Colin Powell, el escritor Raymond Carver o el rapero Jay-Z, pero también otra
serie de personajes representativos del frustrado sueño americano cuyas vidas
va relatando en capítulos alternos a lo largo del libro, como Dean Price, un
evangelista heredero de grajeros arruinados del tabaco que monta sus propios
negocios en el Piedemonte de los Apalaches, o Tammy Thomas, una trabajadora que
lucha por sobrevivir a la ruina de la industria tradicional, en Youngstown, en la cuenca siderúrgica de Ohio, y se embarca con
entusiasmo en la campaña de Obama II. Packer define un estado de ánimo más que
un frío análisis basado en macrodatos, con vocación de reflejar una época al
modo de Steinbeck o de Dos Passos.
El espejo
en que mira Packer y el que nosotros vemos no es necesariamente coincidente. La
clase media vive peor que hace unos pocos años, ¿pero ese cambio es definitivo,
es para siempre? La gente tiene peores trabajos que antes y gana menos, ¿pero
está la tecnología en declive? ¿Es así en las técnicas médicas, en
biotecnología, en la industria alimentaria? Qué decir de los extraordinarios
avances en la genómica o en el desentrañamiento del cosmos. Cuesta creerlo. No
nos ha ido tan mal durante estos últimos treinta años, aunque estos últimos
hayan sido muy duros. El desmoronamiento, reconoce Packer, trae más libertad,
en la historia de EEUU los declives han sido relativos y siempre han anunciado
cambios a mejor.
jueves, 12 de marzo de 2015
El cura y los mandarines, de Gregorio Morán
Creo que
hay dos defectos en este modo de proceder, al centrarse en anécdotas y juicios
sumarios, el autor -parta él prácticamente todo el mundo en la cultura española es un trepa- no tiene en cuenta el contexto y la perspectiva. Como la vida
de un hombre no es muy larga, desgraciadamente, aunque sí lo puede parecer
tomada de uno en uno, creo que tenemos el derecho a adaptarnos al contexto, a
cambiar, a sobrevivir, siempre que a lo largo de nuestra trayectoria
mantengamos un cierto grado de integridad. A algunos personajes los desprecia
por haber cambiado el nombre, Francisco por Francesc, a otros por haber sido
revolucionarios en su juventud y liberales o conservadores en su madurez, a
otros por haber abandonado el radicalismo, a otros por ser hijos de figuras del
franquismo y haberse aprovechado de ello. Alguna de esas actitudes es
censurable porque estaban movidas por el interés personal, pero otras en
absoluto porque el cambio significaba claridad, búsqueda de equilibrio y verdad.
El otro defecto es el negativismo con que enfoca todos los periodos, lo poco de
salvable que ve en nuestra historia, cuando, si se mira con perspectiva, se ve
el gran cambio, sin duda a mejor, de la sociedad española, un cambio material
pero también moral. Ahora somos más dueños de nuestro destino, hemos aprendido
a juzgar, a no dejarnos estafar fácilmente, a protestar razonablemente y eso se
lo debemos a muchos de los escritores, periodistas y políticos a los que
Gregorio Morán se carga de un plumazo.
miércoles, 11 de marzo de 2015
Calvary
Es una
película bonita como pocas, bien rodada con bellas postales de Irlanda, mejor
interpretada, con bellas canciones que van puntuando el ritmo del montaje, con
el sabor de las viejas películas con tema y buenos secundarios. Si se acepta el
juego melodramático de los pequeños dramas, de la culpa y la redención y de los
hombres providenciales entonces se puede disfrutar, aunque no sea una película
redonda y cueste creer que todavía queden mundos como ese en el que las
personas vivan su vida con tanta proximidad.
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martes, 10 de marzo de 2015
La próxima Edad Media

A modo de
comparación, el autor busca otros periodos históricos con colapsos
civilizatorios y los encuentra en el final de Sumer, en los periodos intermedios
egipcios, en el colapso maya y en la caída del Imperio Romano que dio origen a la
Edad Media, que le sirve de principal ejemplo de comparación. Si el actual agente
patógeno se llama capitalismo es evidente que hay que acabar con él. “El cambio
no podrá hacerse sin traumatismos, como una simple adaptación. Habría que sufrir
los efectos de la demolición del actual sistema económico, aunque fuera más o
menos controlada, y eso traería consigo, en el mejor de los casos, una aguda
crisis temporal. Teniendo en cuenta el tremendo coste, y que los agentes de la
economía tienen intereses propios, sólo en parte dependientes de la política,
es imposible que eso se produzca espontáneamente, por convicción. Pero por otra
parte, si no se practica esa cirugía, terminará sufriéndose un shock mucho más
traumático”. El sistema por sí mismo “no cambiará porque desaparecería, aunque
finalmente desaparecerá porque no cambia”. Frase tan del gusto del autor que la
repite como un leitmotiv. Así que si no hacemos algo, el siglo XXI será nuestro
siglo V.
¿Cuáles
serán las señales del final de los tiempos? El origen de todos los males estará
en la energía: “La pugna por el petróleo promete ser épica”, escribe. Para ser
justos hay que volver a advertir que el libro está escrito antes del 2008, antes de
la caída de los precios del petróleo y de la explosión del fracking. Los precios
crecerán de forma desorbitada, con su correlato, las guerras. A continuación
un sálvese quien pueda que hundirá el comercio y la industria, la tecnología
decaerá, las migraciones serán enormes, el estado del bienestar allí donde lo hubiere
quedará muy mermado, con desabastecimiento de alimentos, cataclismo sanitario y
una humanidad envilecida. La consecuencia será el surgimiento de grandes
depredadores y su réplica, grupos de autodefensa. El colapso sobrevendrá en
cualquier caso, ¿por qué no estamos aterrorizados?, se pregunta el autor.
¿Hay
solución a tanto mal? “La condición necesaria para salvar el núcleo valioso de
la civilización es la autoinmolación de la civilización occidental triunfante,
como se sacrifican los restos amortizados de una crisálida”. Y sobre sus
ruinas, ¿cómo asegurar una energía suficiente y no contaminante y cómo contener
la bomba de la población? Aquí es donde el autor sin nombrarlo recurre a Platón
como todos los utopistas: debemos aspirar al ideal de un solo mundo, es decir,
un gobierno mundial que dirija la evolución, que atienda a los científicos, que
controle las malas tendencias del ser humano, las pasiones (sic), para dar el
salto, a través del crecimiento espiritual, al transhumanismo. La utopia pues,
precedida de una distopía.
lunes, 9 de marzo de 2015
La estetización del mundo, de Lipovetsky y Serroy
La sociedad
estética hipermoderna no es sólo un sistema de producción también es un ideal
de vida, una vida estética llena de sensaciones, viajes, novedades, una vida
hedonista e hipermoderna. También una ética, una ética estetizada de la vida
que ofrece la autorrealización mediante el goce y la libertad privada, que
frente a las morales ascéticas ofrece
satisfacciones sensibles inmediatas y renovables. La ética estética no encierra
a los individuos ni es nihilista, tiene sus valores morales como se ve en el
auge de las ONGs y en el humanitarismo moral. “La decadencia moral es un mito”,
aseguran los autores. Nunca antes ha estado tan viva la conciencia moral,
aunque sea sobre la base de la sentimentalización de los valores morales y los
comportamientos solidarios. Es evidente que en el capitalismo estético hay una
dualización: frente a la estética consumista de la aceleración de la vida, la
estética de la experiencia. Es posible detenerse, optar por la lentitud ante la
aceleración de la vida, una estética de la vida cualitativa frente a la estética
compulsiva del consumo. Tenemos a nuestra mano la bici y el avión, frente a la
voracidad los placeres selectivos, frente a la cantidad la cualidad.
Por
supuesto, el capitalismo artístico hipermoderno, como en todas las épocas, está
lleno de paradojas y contradicciones. Al mismo tiempo que se incita al
hiperconsumo al homo aestheticus se le pide contención. Se incita a la
glotonería y al sedentarismo audiovisual al tiempo que se medicaliza la vida
(gimnasia, deporte, dietas) en una especie de hedonismo higiénico; a la
abundancia del supermercado y de los centros comerciales frente a la conciencia
ecológica de la humanidad en peligro con su intermedio del hiperconsumismo
sostenible; a la cultura hedonista y permisiva en la educación frente a la
conciencia del límite que padres y educadores quieren inculcar mediante el
autocontrol; a la hipercompetencia hasta el estrés en el trabajo compensada por
el cuidado personal y el culto al mantenimiento corporal.
Concluyen
los autores diciendo que no es cuestión de demonizar al capitalismo astístico
hiperconsumista, que ofrece emancipación individual y provee de placeres, ¿qué
otro sistema está capacitado para dar bienestar a los miles de millones que
pueblan el planeta? El arte no es la condición de la moralidad. Lo Bello no es
el Bien. El objetivo es reducir la importancia del consumo, convertirlo en un
medio no un fin. Es el mejor de los mundos que puede ofrecer el capitalismo.
domingo, 8 de marzo de 2015
Dualismo
jueves, 5 de marzo de 2015
Todo fluye, de Vasily Grossman -II-
«Desdichado
aquél que vive sobre la Tierra…».
Iván
Grigórevich, el personaje principal de la novela, vuelve a la vida tras treinta
años de castigo en los campos de trabajo del Ártico, en Vorkutá. Un hombre
desplazado, fuera de lugar durante toda su vida. En el departamento del tren
donde vuelve lo toman por viejo, mientras los demás hablan él permanece mudo.
En Moscú, va a casa de un primo Nikolái Andréyevich, pero este y su mujer
desean que se vaya cuanto antes para no remover el pasado. Viaja hasta
Leningrado, pasa por delante de la casa de su antigua novia, que se cansó de
escribirle cartas al cabo de diez años, pero pasa de largo porque esa puerta
también está cerrada. Iván Grigórevich encuentra trabajo en una cooperativa
para gente con problemas, artel, y se aloja en casa de una humilde
mujer, Anna Serguéyevna, que vive con su sobrino, Aliosha, se encariña con
ellos, pero resulta que también esta historia acaba mal. Anna tiene cáncer y
muere, a su sobrino lo acoge una hermana de Anna e Iván vuelve a estar solo.
Entonces empieza a recordar la vida bajo el leninismo y bajo el estalinismo,
las delaciones, las torturas, las condenas a los campos de trabajo, el hambre
en Ucrania cuando la colectivización campesina o deskulakización. Los últimos
capítulos, más ensayísticos que ficcionales son un proceso al comunismo, una
exaltación melancólica de la libertad que Rusia a lo largo de la historia
apenas ha tenido y una impugnación de la revolución soviética a la que
emparenta con los periodos anteriores, al menos desde Pedro el Grande, porque
combina como ellos la voluntad de reformar el país al estilo europeo,
introduciendo la ilustración y la industria, con la servidumbre, la esclavitud
de la mayoría de la población tanto en la época de los zares como en los tiempos
de Stalin.
Aunque la
gran obra de Grossman es Vida y destino, Todo fluye es una
especie de resumen de aquella, aunque centrada en el régimen comunista. Es una
novela ensayística donde el protagonista Iván Grigórevich vehicula las ideas
del propio Vasily Grosmann, un alegato contra el régimen nacido de la
Revolución de Octubre y una defensa de la libertad. En los primeros capítulos
utiliza la ironía y el sarcasmo para burlarse del doble pensar, de la
hipocresía de los que se adaptaron al nuevo régimen como el primo del
protagonista que dice haberse visto obligado a firmar contra sus compañeros
judíos del instituto en el que trabaja, en la última gran campaña de Stalin, o
en el 37 cuando la gran purga. Grossman combina el patetismo de los casos
particulares con el análisis del régimen del que nada salva. Escribió la novela
dos años antes de morir, en 1966, aunque sólo se publicó 1980. Era imposible
que el régimen soviético pudiese publicar una obra que le ponía en cuestión de
arriba abajo. Vasily Grossman por boca de Iván Grigórevich pedía lo que la
Unión Soviética por su propia constitución no podía darle: la libertad.
“Por enormes que sean los
rascacielos y potentes los cañones, por ilimitado que sea el poder del Estado e
imponentes los imperios, todo eso no es más que humo y niebla que desaparecerá.
Lo que permanece, se desarrolla y vive es sólo una verdadera fuerza, que consiste
en una sola cosa: la libertad. Vivir significa ser un hombre libre. No todo lo
real es racional. Todo lo que es inhumano es absurdo e inútil”
miércoles, 4 de marzo de 2015
Todo fluye, de Vasily Grossman -I-
Resumen

Iván
Grigórevich deambula por Moscú, por la gran ciudad que no reconoce, recuerda su
infancia en Sochi, la tierra de los circasianos, que incapaces de adaptarse al
mundo ruso emigraron en masa a las tierras del imperio otomano. Viaja en tren a
Leningrado. En su deambular ve las casas derribadas durante el sitio, la
geografía urbana trastornada, recuerda sus años de estudiante, pasa por delante
de la casa de su novia, que después de diez años dejó de enviarle cartas a los
campos, y por fin encuentra a un antiguo compañero de estudios, Pineguin, ahora
con sombrero de fieltro y un buen traje. De nuevo Grossman muestra el doble
lenguaje, lo que el personaje piensa, lo que dice justificándose, atemorizado
ante el silencio de Iván Grigórevich. En otro capítulo, dedicado a Pineguin,
este maldice las decisiones que ha tomado ese día para llegar a encontrarse con
Iván Grigórevich, un encuentro que ha acabado con su vida ordenada y tranquila,
porque fue él, Pineguin quien lo delató.
Iván, se
aloja en casa de una humilde mujer, Anna Serguéyevna, que vive con su sobrino, Aliosha,
se encariña con ellos, pero resulta que también esta historia acaba mal, Anna
tiene cáncer y muere. A su sobrino lo acoge una hermana de Anna e Iván vuelve a
estar solo.
Vienen
después una serie de capítulos donde Grossman mezcla lo descriptivo con el
patetismo de una serie de personajes que sufren o se aprovechan del sinsentido
del régimen. Describe cuatro tipos de delatores: el aterrorizado, el
hipnotizado por el poder del Estado, el miembro del partido que cumple con su
deber y que medra gracias a la delación, el que por ese medio obtiene
beneficios materiales y todas las justificaciones que tienen preparadas, ¿eran
culpables, acaso no son todos culpables o en primer lugar no lo es el Estado,
las circunstancias, la historia?
Iván
Grigórevich recuerda luego la dureza de la vida en los campos de trabajo, en
Vorkutá, en el Ártico, en Siberia. Piensa, por ejemplo, lo mal que lo pasan las
mujeres. Dedica un capítulo a María Konstantínovna, una mujer de veintiséis
años. Un día llegó un cuervo, el vehículo de traslados, a su casa y la condujo
a un vagón de tren. Se inicia entonces un largo viaje a Siberia, a los campos
de mujeres, acompañada de ladronas que le roban lo poco que tiene, del frío,
del hambre. Y todo por no haber querido denunciar a su marido, Andréi, como
ella deportado también, dejando atrás a Yulia, su hija, de quien nunca más
sabrá. En el campo la entregan a trabajos forzados, un guardián la toma como su
concubina, la golpea. Otras mujeres convierten a otras en sus esposas. “Mujeres
de doctores, ingenieros, pintores y agrónomos, mujeres de mariscales y
químicos, mujeres de fiscales y de granjeros deskulakizados, de agricultores
rusos y bielorrusos”, algunas manteniendo la fe en el comunismo, porque con ellas
se había cometido un error. María tarda en perder la esperanza porque es
lo que la mantiene en vida, hasta que un día escuchando por casualidad la
radio, la pierde. El día que la ofrecen la libertad, tras la muerte de Stalin,
se tiende en una cabaña helada sobre una tarima de pino y muere.
En otros
capítulos, como en un sueño, la madre de Iván Grigórevich le cuenta la gran
hambruna en su pueblo de Ucrania. La requisa del grano, incluida la de la
simiente, la falta de pan, sustituido por harina de bellota hasta que ésta se
acaba, luego por cualquier cosa que hubiese a mano, patatas, mondas de patatas,
correajes de cuero, luego los animales de casa, los perros y gatos, hasta no
quedar nada, el hambre, la locura y el canibalismo en algunos casos, la muerte.
En otro,
cuenta la historia de Lev Mekler, un revolucionario judío de primera hora, de
cuando la guerra civil, comisario de justicia en Ucrania, un revolucionario puro,
capaz de entregar a su propio padre, de no hacer oídos a su hermana con tal de
salvar a su cuñado, riguroso e implacable a la hora de perseguir a los enemigos
de la revolución. Pues bien, también él, Lev Mekler, es detenido, torturado
hasta perder seis dientes y obligado a confesarse culpable, traidor al partido,
enviado a los campos, sin que por ello en ningún momento decaiga su fe. El
partido convertido en Estado ya no necesita a los revolucionarios de la primera
hora, al contrario los ve como un lastre, necesita deshacerse de ellos.
En los
últimos capítulos, Iván Grigórevich analiza la personalidad de Lenin, cómo el
Estado que ha surgido de la revolución ha escogido los peores rasgos de su
personalidad, no la austeridad y la bondad ocasional de Lenin sino su dureza de
pedernal, su implacabilidad dialéctica, aquella que en Lenin no buscaba la
verdad sino la victoria sobre sus oponentes. La mayor revolución no se produjo
en octubre sino cuando se liberó a los siervos. Rusia se ha caracterizado por
modernizarse al tiempo que mantenía la servidumbre, la esclavitud de la mayoría
de la población. Es lo que vuelve a hacer Lenin, modernizar el país pero
volviendo a esclavizar a la gente, con la libertad ausente. En la última etapa,
se ha dado el paso definitivo, la conversión del Estado Soviético en un calco
de las necesidades de Stalin, moldeado por su personalidad, enlazando con la
historia de Rusia, donde la modernización se consigue mediante la esclavitud:
“El
principio milenario según el cual el desarrollo de la cultura, la ciencia y la
potencia industrial se obtenía a la par que crecía la ausencia de libertad
—principio puesto en práctica por la Rusia de los boyardos, Iván el Terrible,
Pedro el Grande y Catalina II— alcanzó su victoria plena con Stalin”.
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