Paso esta
mañana primaveral, intensa y concentrada buceando en el último ¿mamotreto,
libraco, ladrillo? De Gregorio Morán, censurado por Planeta y editado por Akal.
No es un libro para leer en la cama o recostado en un sofá, es para ponerlo en
la mesa con las dos manos ocupadas, la derecha marcando el índice de personajes
y la izquierda buscando páginas. He leído el prólogo para enterarme del porqué
de la censura, las 14 páginas censuradas dedicadas a los mandarines de la RAE,
con especial dedicación a Víctor García de la Concha, el último capítulo sobre
los escritores e hijos de escritores en torno a los años finales del XX, el que
dedica a la fundación de El País y uno más dedicado a los novísimos. Luego he
ido espigando nombres en el índice, escritores que admiro, otros que he leído
con disgusto y algunos otros por mera curiosidad. El libro es un libro de
chismorreo, centrado en escritores y periodistas, revistas y periódicos y en
los mandarines de la cultura en general. Según Yuval Harari, lo que distingue
al Homo Sapiens frente a sus hermanos desaparecidos es la capacidad que nos ha
dado nuestro lenguaje para el chismorreo, pero que también para la cooperación,
lo que nos distingue como especie y en lo que reside nuestro éxito. Gregorio
Morán dedica sus 826 páginas al chismorreo del segundo franquismo y de la
transición, desde 1962 a 1996. El cura del título se refiere al ex jesuita Jesús
Aguirre, que ascendió a Duque de Alba por matrimonio con Cayetana, la duquesa
por excelencia, que le sirve para ir enlazando las épocas, pero aunque tuviese
en su momento un peso editorial en Taurus, además de académico y comisario de
la Expo, es difícil verlo como el mandarín de los mandarines.
Creo que
hay dos defectos en este modo de proceder, al centrarse en anécdotas y juicios
sumarios, el autor -parta él prácticamente todo el mundo en la cultura española es un trepa- no tiene en cuenta el contexto y la perspectiva. Como la vida
de un hombre no es muy larga, desgraciadamente, aunque sí lo puede parecer
tomada de uno en uno, creo que tenemos el derecho a adaptarnos al contexto, a
cambiar, a sobrevivir, siempre que a lo largo de nuestra trayectoria
mantengamos un cierto grado de integridad. A algunos personajes los desprecia
por haber cambiado el nombre, Francisco por Francesc, a otros por haber sido
revolucionarios en su juventud y liberales o conservadores en su madurez, a
otros por haber abandonado el radicalismo, a otros por ser hijos de figuras del
franquismo y haberse aprovechado de ello. Alguna de esas actitudes es
censurable porque estaban movidas por el interés personal, pero otras en
absoluto porque el cambio significaba claridad, búsqueda de equilibrio y verdad.
El otro defecto es el negativismo con que enfoca todos los periodos, lo poco de
salvable que ve en nuestra historia, cuando, si se mira con perspectiva, se ve
el gran cambio, sin duda a mejor, de la sociedad española, un cambio material
pero también moral. Ahora somos más dueños de nuestro destino, hemos aprendido
a juzgar, a no dejarnos estafar fácilmente, a protestar razonablemente y eso se
lo debemos a muchos de los escritores, periodistas y políticos a los que
Gregorio Morán se carga de un plumazo.
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