La
expansión de la inteligencia es ambivalente. Es buena y es mala. Veamos. La
mayor explosión de inteligencia en la Tierra se produjo hace ahora 70.000 años,
en la llamada revolución cognitiva, cuando el homo sapiens adquirió el lenguaje
tal como lo conocemos, la capacidad de simbolizar y de representar el mundo y
con ella de colonizarlo. Un horizonte de posibilidades se abrió ante el hombre.
Quizá nunca antes, no sé si después, ha habido individuos más inteligentes, con
mayor capacidad craneana, con mejor adaptación al medio. Pero allí donde el
homo sapiens se expandía desaparecían el resto de especies humanas. Además con
el gran salto, a través del Pacífico, hace 45.000 años, hasta Australia (qué
proeza es comparable, ¿la de Colón?, ¿la llegada del Apolo 11 a la Luna?) comenzó
la primera de las grandes extinciones debidas al hombre, los grandes
marsupiales desaparecieron de Australia y de otras islas, la fauna desapareció
hasta el 90%. Lo mismo sucedió con los grandes mamíferos americanos cuando el
homo sapiens hace 16.000 años, a pie, sin sol, con temperaturas de -500,
cruzó el puente entre Siberia y Alaska y colonizó, desde el 12.000, en apenas
dos milenios, todo el continente hasta la Tierra de Fuego. Lo mismo sucedió más
recientemente en la isla de Wrangel con los mamuts, en Nueva Zelanda con las
grandes aves o en Madagascar. El homo sapiens ha sido la especie más mortífera
que ha habido nunca sobre la Tierra, un asesino ecológico en serie. De los 200
géneros de animales terrestres mayores de 50 kgs, 100 desaparecieron antes de
la Revolución Agrícola. Pero no acaba ahí la cosa, la segunda extinción vino
con esa revolución, y la tercera está sucediendo en la actualidad con los
cambios que se producen con la revolución industrial, cuando los grandes
mamíferos marinos que sobrevivieron a las anteriores pueden extinguirse ahora.
El doble
filo de la explosión cognitiva no sólo afecta a la especie también a los
individuos. ¿De qué modo? En la época de los cazadores recolectores cada
individuo debía estar alerta para sobrevivir y alimentarse. Fue cuando el homo
sapiens alcanzó la mejor adaptación posible al medio, eran los animales mejor
informados y diestros de la historia. El sapiens necesitaba menos horas
semanales para conseguir alimento, era más fuerte, más atlético, tenía una
dieta más completa y más equilibrada. Los antropólogos hablan de las
“sociedades opulentas originales”, aunque sin idealizarlas, porque por otro
lado eran más ecológicamente crueles con los débiles a los que abandonaban o
mataban, donde la mortalidad infantil era grande. Pero con la revolución
agrícola algo cambió, hasta el cerebro del homo sapiens se ha reducido. La
especie se ha ido haciendo más inteligente pero al mismo tiempo, a medida que
las revoluciones agrícola e industrial se han consolidado, han aparecido, en
palabras de Yuval Harari, “nichos de imbéciles”, gente que no necesita
especiales destrezas para sobrevivir porque la sociedad les provee de lo básico,
gentes que trasmiten sus genes. La especie acumula más saber pero es posible
que los individuos sean cada vez más tontos. La tecnología es una adaptación
que al tiempo que nos libera de acciones y esfuerzos básicos reduce la
necesidad de permanecer alerta y de transmitir destrezas. Como especie hemos
asegurado nuestra supervivencia (producción de alimentos, lucha contra las
infecciones), pero hemos aumentado nuestra debilidad como individuos. Ante un
evento catastrófico durante el que la sociedad se desmoronase lo tendríamos más
difícil para sobrevivir.
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