“El punto
de partida de este libro es el peligro inminente que parece cernirse sobre el
conjunto de la especie humana”. Este es el ánimo con el que José David
Sacristán de Lama aborda La próxima Edad Media. Pero podemos dejar de
contener la respiración porque ya han pasado siete años desde que el libro fue
editado. Luego aclara el autor que en realidad no se refiere a la especie sino
a la civilización. La que estaría a punto de desmoronarse sería la última de
las cinco generaciones culturales que ha vivido el hombre. Tras la sociedad
recolectora cazadora anterior al homo sapiens, la sociedad cazadora recolectora
avanzada de hace 50.000 años, la sociedad agrícola de hace 10.000 y la del
regadío de las civilizaciones urbanas, vendría la nuestra, la generación de la
civilización tecnocientífica, la que estaría a punto de descarrilar. ¿Pero en
qué consiste el peligro inminente? Aquí reside el problema mayor de este libro
que no define con claridad la naturaleza del problema. De forma algo difusa,
habla del calentamiento global y de la maldición de Malthus. “Ya es demasiado
tarde, porque se ha sobrepasado el umbral crítico de seguridad, y la trampa
maltusiana nos atrapa de otro modo: (…) habitamos en un planeta cerrado, de
extensión finita, que hemos poblado, forzado y explotado hasta la saturación de
sus recursos y de su capacidad de regeneración”. No afina más el autor a la
hora de buscar las causas de la catástrofe, se conforma con las grandes frases
de la impugnación ideológica. Capitalismo y neoliberalismo, he ahí los
culpables.
A modo de
comparación, el autor busca otros periodos históricos con colapsos
civilizatorios y los encuentra en el final de Sumer, en los periodos intermedios
egipcios, en el colapso maya y en la caída del Imperio Romano que dio origen a la
Edad Media, que le sirve de principal ejemplo de comparación. Si el actual agente
patógeno se llama capitalismo es evidente que hay que acabar con él. “El cambio
no podrá hacerse sin traumatismos, como una simple adaptación. Habría que sufrir
los efectos de la demolición del actual sistema económico, aunque fuera más o
menos controlada, y eso traería consigo, en el mejor de los casos, una aguda
crisis temporal. Teniendo en cuenta el tremendo coste, y que los agentes de la
economía tienen intereses propios, sólo en parte dependientes de la política,
es imposible que eso se produzca espontáneamente, por convicción. Pero por otra
parte, si no se practica esa cirugía, terminará sufriéndose un shock mucho más
traumático”. El sistema por sí mismo “no cambiará porque desaparecería, aunque
finalmente desaparecerá porque no cambia”. Frase tan del gusto del autor que la
repite como un leitmotiv. Así que si no hacemos algo, el siglo XXI será nuestro
siglo V.
¿Cuáles
serán las señales del final de los tiempos? El origen de todos los males estará
en la energía: “La pugna por el petróleo promete ser épica”, escribe. Para ser
justos hay que volver a advertir que el libro está escrito antes del 2008, antes de
la caída de los precios del petróleo y de la explosión del fracking. Los precios
crecerán de forma desorbitada, con su correlato, las guerras. A continuación
un sálvese quien pueda que hundirá el comercio y la industria, la tecnología
decaerá, las migraciones serán enormes, el estado del bienestar allí donde lo hubiere
quedará muy mermado, con desabastecimiento de alimentos, cataclismo sanitario y
una humanidad envilecida. La consecuencia será el surgimiento de grandes
depredadores y su réplica, grupos de autodefensa. El colapso sobrevendrá en
cualquier caso, ¿por qué no estamos aterrorizados?, se pregunta el autor.
¿Hay
solución a tanto mal? “La condición necesaria para salvar el núcleo valioso de
la civilización es la autoinmolación de la civilización occidental triunfante,
como se sacrifican los restos amortizados de una crisálida”. Y sobre sus
ruinas, ¿cómo asegurar una energía suficiente y no contaminante y cómo contener
la bomba de la población? Aquí es donde el autor sin nombrarlo recurre a Platón
como todos los utopistas: debemos aspirar al ideal de un solo mundo, es decir,
un gobierno mundial que dirija la evolución, que atienda a los científicos, que
controle las malas tendencias del ser humano, las pasiones (sic), para dar el
salto, a través del crecimiento espiritual, al transhumanismo. La utopia pues,
precedida de una distopía.
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