jueves, 27 de noviembre de 2025

Sueño de trenes (2025)

 

 


 

Denis Johnson en Sueños de trenes, imaginó un Job moderno y real. Robert (Joel Edgerton) al poco de nacer se quedó sin padres y sin familia. Creció en medio de la naturaleza. De adulto, trabaja talando árboles para el naciente ferrocarril, viviendo en el bosque. De vez en cuando hay accidentes, un árbol que cae donde no se le espera, la policía que busca a inmigrantes ilegales, una venganza. Sus amistades le duran poco, porque el trabajo es estacional o porque mueren perseguidos o por accidente (el personaje de William H. Macy). El destino pone a prueba a Robert continuamente, como a Job 

 

 Sin embargo, un día en la ciudad, que apenas visita, una mujer se le acerca - piensa que quizás sea el proceder típico de las mujeres, pues no tiene experiencia al respecto. Así es como forma una familia con Gladys (Felicity Jones). Construyen una casa de madera junto a un río en medio del bosque, y tienen a una hija, Kate. Robert las ve cuando acaba la temporada, antes de volver otra vez a la tala, al hacha y la sierra. 

 

Se habla poco en la película, algunas frases con los compañeros en los descansos (“El mundo siempre necesita renovación”, dice uno de ellos), impregnados de naturaleza. Las caricias, el tacto con Gladys y Kate, la mano en la mejilla, los dedos en la espalda. El rumor del viento, el aviso casi invisible de los animales. El estallido del fuego. 

 

Porque el fuego, el bosque ardiendo, le trae a Robert la mayor de las desgracias. Hasta entonces lo que había visto y oído, lo que le ocurría, lo daba como obra del destino. Ahora el dolor es inaceptable. Tras la muerte de Gladys y Kate vivirá una vida sin vida, un duelo sin fin, donde la crudeza del bosque y el clima se envuelve en una atmósfera onírica.

 

El marco es la expansión americana hacia el oeste, en su último periodo, los primeros años del siglo XX. La película acaba en 1968, con Robert viendo el reflejo, en una pequeña pantalla, del Apolo 8 orbitando la Luna. La película de Clint Bentley es lírica, nada discursiva. La música casi imperceptible, los actores contenidos, hasta la pantalla se comprime en un formato clásico (el cuadrado de 3:2, como las fotografías antiguas). Ahora sin ruido ha llegado a Netflix. Una película mejor que cualquiera de las que tanto se publicitan.

 

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