lunes, 13 de octubre de 2025

Tarrafal

 


Amanece y ya se oyen las piquetas en el pequeño delta sin agua enfrente de la habitación de hotel. Pregunto y me dicen que esos hombres trabajan por su cuenta. Hacen montoncitos de arena volcánica que venden para la construcción. De hecho, cuando miro al exterior recién levantado veo que una camioneta se lleva la arena. Hacia la derecha siguiendo la línea costera, en un saliente elevado están construyendo, puede que un hotel, puede que apartamentos. 




Tras el desayuno, vamos ganando perspectiva a medida que ascendemos por el río casi seco. Las laderas y parte del lecho del río es la zona agrícola de Tarrafal, pequeños lotes de tierra donde se cultiva principalmente ñame, aunque también caña de azúcar, mandioca, maracuyá, guayaba, alguna platanera y otros tubérculos y verduras. El agua escasa al menos en esta época, y tasada por horas, se conduce por levadas, canales de irrigación, hasta los huertecillos distribuidos por periodos de crecimiento, desde semilleros a plantas adultas. Encontramos a tres o cuatro hombres, no más, de piel renegrida y arrugada, junto a sus huertos, como elementos del paisaje. 




Ya, a buena altura, se distinguen las zonas barriales del pueblo. A la derecha del río Agostinho Pereira, el barrio de los agricultores, a la izquierda, el de los pescadores, propiamente Tarrafal, y en lo más alto las casas grandes y, se diría, que fortificadas que se están construyendo, propiedad de inversores europeos, belgas y alemanes, que han olido el negocio del turismo. Así es como se han ido creciendo y diferenciando las ciudades, sobre el lomo de quienes subsistían decentemente hasta que llegaron quienes tomaron el poder y trastocaron la economía, empobreciéndolos.




Tarrafal es un lugar lleno de bares y restaurantes sencillos - la propia casa familiar - una mesa desvencijada, unas pocas sillas en buen estado, otras rotas, en busca de clientes, como si el anunciado turismo les fuese a elevar por encima de la subsistencia. No lo parece, aunque esta no es la mejor época para saberlo, sino más bien el anuncio de que los turistas se irán al barrio nuevo promovido por europeos para desmadejar la vida de los caboverdianos. 



A esta hora del mediodía lo que se ve es el trajín de pequeñas barcas de pescadores jóvenes, no muy lejos de la costa, el trasvase de paquetes de una a otra y el desembarco de las piezas pescadas. En las casas, en pequeñas terrazas, hombres de más edad, indolentes, mirando hacia la nada, mientras algunas mujeres limpian, lavan o preparan algo de comer.




Uno admira la vida calmada de esta gente, su lentitud, la 'sodad' (saudade), lo admira porque desconoce las privaciones que hacen falta para llegar a ella.




Ya hacia Porto Novo, por la carretera de adoquines, aparecen algunas casas sueltas, humildes, la de cabreros en medio del paisaje inhóspito, el medio de vida económico que nos faltaba para completar la economía de estas islas.



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