Punta do Sol. A través de este ojo inscrito en un triángulo que es una vela, en 1494, España y Portugal otearon el horizonte y, con un par, decidieron que la mitad de la esfera terrestre era española y la otra mitad portuguesa. El Papa lo ratificó. Ahora, si miras por ese ojo lo que veras son barquillas de pescadores que no se adentran demasiado en el mar. No les hace falta para su negocio de pesca.
Sao Antão es una isla escarpada, muy parecida a Madeira, con grandes barrancos y valles profundos, abruptas laderas y picos elevados. Picos y cordilleras en el norte más lluvioso, con el vulcanismo a flor de piel, oscuras casi negras las paredes; el suroeste es algo más llano y suave, árido seco, aunque se pueden ver acantilados de 300 metros, también algunas dunas de arenas basálticas.
Las carreteras de adoquín, de piedra basáltica en su mayor parte, nos va mostrando el paisaje de un lado y otro de la isla. La isla no es muy extensa, 40 por 24 km, con una superficie de unos 800 km². El punto más alto, Tope de Coroa, no llega por poco a los 2000 metros. La población, unos 40.000 habitantes, se dedica a la agricultura en los fértiles valles del interior, a la pesca y algo a la ganadería, de cabras sueltas en su mayor parte.
Dos ríos de poco caudal recorren sus valles principales; Ribeira da Torre y Ribeira do Paul. Por el primero hemos ascendido, en la ruta de hoy, hasta el pico Torre, un monumental picacho que puede considerarse como el icono de la isla. El valle es estrecho pero muy fértil.
En sus terrazas escalonadas, casi verticales, vamos descubriendo plataneras, mango, caña de azúcar, ñame, mandioca y batata y el árbol del pan además de maíz, legumbres y hortalizas. Sorprende el tamaño de la mandioca.
La subida, entre bancales y alguna casa campesina, es empinada, lo que exige ir con tiento e tomar resuello para respirar. El objetivo es rodear el pico y llegar hasta la cascada de Xôxô, otro icónico enclave. El sol no se muestra demasiado, hace calor pero no como para sudar a chorros. En la cascada solo Ángel se atreve a lanzarse a la poza. El descenso entre bancales de hace rápido en busca de una Strela o una SuperBock, antes de ir al restaurante de Ribeira Grande para comer el plato típico: la cachupa, un contundente guiso a base de maíz, frijoles, yuca, calabaza, batata, vegetales y carnes con jamón, chorizo y pollo o pescado.
En la siguiente etapa recormremos un largo camino hasta llegar a Tarrafal, que parece en el otro lado del mundo, así de diferente el paisaje, lunar si no fuese por una mínima vegetación rastrera. Vamos ascendiendo, las nubes van quedando por debajo. Cuando paramos, increíblemente, un viento fresco nos azota en los rostros sorprendidos. Nos señalan los picos más altos de la isla. Debajo que vemos se parece a Sirat, la película.
Sin tiempo para más llegamos a Tarrafal, un pueblo construido a lo largo de una calle en parte de tierra y en parte de adoquín.
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