Entro en el museo para ver una exposición de Chillida, de
título como suelen: Chillida, mística y materia, donde "Las
obras del donostiarra dialogan con una selección de piezas del Museo Nacional
de Escultura", pero en realidad lo que veo son las salas de escultura
barroca: Alonso Berruguete, Juan de Juni, Gregorio Fernández, Alonso Cano,
Pedro de Mena, obras que todavía siguen vivas. Solo al final voy a Chillida.
Lo que más me sorprende de lo de Chillida es la cantidad de
gente que aparece en un cartelón a la salida dando cuenta de quienes ha
participado en el montaje. ¿Se necesitan tantos para una exposición tan
sencilla? Pequeñas piezas de forja y unas pocas más de granito, tampoco
grandes, no han necesitado un tráiler para traerlas. Lo segundo que me llama
son los textos que la acompañan: frases hechas, repetición de lo ya oído, sin
una pizca de originalidad que explique la necesidad de la exposición.
"La experiencia levitante de
Teresa de Jesús es revivida en las piezas de Chillida que, cuestionando las
leyes de la física, sugieren un éxtasis ascensional".
"Sus homenajes a Juan de la Cruz
recuerdan a los dibujos del poeta sobre el Monte de perfección. Y sus lurras
–‘tierras’–, que ofrecen al artista una dimensión espiritual cálida y cercana
funcionan cual bodegones contemporáneos, en una suerte de vanitas que incide en
el carácter más tangible y orgánico de la existencia".
Son más interesantes las piezas barrocas que la acompañan,
trasladadas desde las salas cercanas, para situar a Chillida en la tradición
del barroco hispano. Tenía en la más alta estima al escultor vasco. Sigo
pensando que fue original, que marcó un periodo en escultura española, pero lo
que aquí se muestra no me lleva a esa conclusión.
Solo en algún detalle palpita la poesía. Las sombras que los
colgantes dibujaban en las superficies colindantes.
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