miércoles, 11 de junio de 2025

Vila Nova de Foz Coa (Duero 2)

 


La salida del Salto de Saucelle como preveíamos ha sido dura. 9,50 % de pendiente media con tramos del 12%. Menos mal que era temprano en la mañana y el sol no había comenzado a calentar, y las fuerzas estaban intactas. Después ha habido una larga bajada de unos 10 km, siguiendo la línea del Duero portugués, hasta Barca D'Alva, el pueblo de Guerra Junqueiro, en cuyo puerto al lado del puente había tres grandes ferrys que van y vienen de Oporto.

 



Desde el lado portugués, la cinta del Duero verde oliva sigue hasta Oporto entre bancales de viñas bien cuidadas y olivares, y de vez en cuando, alguna bodega. El calor ya aprieta a comienzos de la mañana, 17 grados que irán subiendo hasta llegar a los 39 de nuestra meta en Vila Nova de Foz Coa. Dejamos la Quinta donde nos han tratado muy bien y donde podríamos habernos quedado algún día más porque el paisaje es literalmente estupefaciente.




En Barca D'Alva entramos en un camino de piso firme, que será el último de nuestra aventura hasta Oporto. Al principio con una larguísima bajada que se corresponderá con la igualmente larga y dura subida de 10 km con distintos desniveles, desde donde veremos el curso del Douro, los bancales de viñas y los campos de olivos.




Hacemos una parada para reponer fuerzas en Castelo Melhor. En un una cantina atiende una pareja de edad avanzada. Una cervecita y un café a buen precio para acompañar el picnic que nos ha preparado el que lleva la Quinta de la Concepción en el Salto de Saucelle. Nos quedará la última subida del día de unos 5 km, con un desnivel de 6,30 %. Es asfalto y el sol pega de lleno. Aunque sobre el papel no es la más dura, el calor y el esfuerzo acumulado hacen que así sea para llegar reventados a la Pousada de Juventude.


Una cerveza, unos frutos secos, lavar el culote, y la camiseta y una buena siesta. Mañana será otro día.



A última hora de la tarde, acabada la cena frugal de supermercado, en una amplísima terraza de la Pousada de Juventude, el sol se disipa en su mortal resplandor anaranjado. Una nubecilla blanca y vertical contempla su fenecer diario. Se afloja el verde de los viñedos, frente a mí, hacia la oscuridad de la noche. La piedra del pretil de la terraza y del suelo escupe el calor absorbido durante el día. Las aves entonan la última canción, como si la vida contenida en el día se fuese para siempre. 


Se hace el silencio. Tan solo las hojas de los árboles se mecen gracias al viento de esta hora. Solo perros lejanos y una paloma cansina llenan un paisaje que debería quedar en silencio.

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