Al comienzo de la serie, un científico en una
entrevista de televisión explicaba un catastrófico futurible, que un tipo de
hongo invadiese el cuerpo humano y lo destruyese. Ese es el suceso que pone en
marcha la ficción. La humanidad se enfrenta a su desaparición. Buena parte de
quienes antes eran humanos ahora son monstruos fúngicos que persiguen a quienes
todavía no han sido infectados para destruir su humanidad. Los bienes comienzan
a escasear y los supervivientes pelean entre ellos para conseguirlos. Se forman
grupos de guerreros y zonas de resistencia. Otros van de un lado para otro buscando
donde refugiarse o siguiendo el rastro de familiares o amigos. Entre ellos un
hombre adulto y una chica joven, Joel y Ellie, que recorren el país buscando
refugio; acaban por tener una relación de padre e hija adoptada.
La primera temporada fue entretenida y verosímil, a
pesar de las figuras monstruosas, como zombies invadidas por hongos. La serie
tenía un espíritu de aventuras que es lo que le hacía atractiva.
En la segunda temporada los protagonistas han
encontrado acomodo en una ciudad de supervivientes, una especie de fuerte del
oeste que se protege contra los zombies y de la que salen patrullas para
destruirlos. Bajo ese esquema se tejen relaciones de comunidad y personales que
van a dar juego a la temporada. Esas tramas secundarias se convierten en
principales y es lo que hace a la serie insufrible. La primera, la relación de
paternidad entre Joel y Ellie, tan impostada que no se atisba un gramo de
veracidad en ella. La segunda, una relación amorosa sobrevenida entre Ellie y
otra chica. Está bien que los nuevos dramas aparezcan relaciones amorosas entre
gays y lesbianas; se podrían aceptar si no se convirtiesen en el asunto
principal. Supongo que lo que buscan es público joven. Pero si acudimos a los
clásicos, las obras dirigidas a los jóvenes no eludían la profundidad. Aquí
todo es de una superficialidad propia de esta época. Me he arrastrado por el
primer capítulo, deseando que acabase cuanto antes.
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