viernes, 10 de mayo de 2024

Ripley

 



¿Sabemos lo que queremos desear o deseamos lo que otros desean?


Esta incomodidad ante Ripley, la serie, la misma o parecida a lo que sentí cuando de joven leí las novelas de Patricia Highsmith. ¿Es correcto lo que siento, debe implicar un impulso moral la lectura o debo dejarme llevar? No sé cuál es la pregunta correcta. Disfruté con las novelas de Patricia Highsmith y disfruto ahora con las obras de Steven Zaillian (The Night Of, Ripley), pese a la incomodidad que me generan.


Me cae mal el personaje, me indispongo contra él desde el principio. Sin embargo, cuando se presentan los momentos cruciales, una parte de mí está a su favor: que mate a ese a quien envidia, que lo arroje al mar desde la barca -en la violenta escena en las cercanías de San Remo-, que no le pillen bajando el cadáver de Freddy por las escaleras del hotel, que no queden huellas -¡Limpia esa sangre, es que no ves su rastro!-, que la policía no lo atrape, que se salga con la suya, aunque eso no, que la bella Dakota Fanning no caiga en sus manos.


La mórbida personalidad de Tom Ripley, un hombre incapacitado para ganarse la vida, también para relacionarse con los demás, que rehúye el contacto físico con la mujer, pero que, sin embargo, desde una frialdad inhumana, aprovechando las circunstancias azarosas a su favor, va construyéndose como un novelista haría con un personaje, tomando los rasgos de otro, suplantándolo mediante la mentira, el crimen y la argucia. Si Patricia Highsmith trabaja la psicología del personaje, Steven Zaillian lo envuelve en una escenografía esteticista: Italia y el esplendor barroco -Italia entera como un plató a conquistar: Nápoles Roma Palermo-, pero también lo que la luz no abarca, las sombras, el contraste tan bien representado por Caravaggio en David con la cabeza de Goliat, siendo él mismo David joven y Goliat viejo: la luz y la sombra, la juventud y la decadencia, el original y la copia. Zaillian se recrea en un moroso blanco y negro, en la contención y el detallismo, en planos cortos en los que sobresale la belleza y su desgaste, los desconchones en las paredes blancas. La belleza como el canto del cisne del hombre: ya que vivir desahogadamente no está al alcance del hombre -de Tom Ripley, uno cualquiera-, hacer de la vida un simulacro -la pitillera la cámara de fotos el anillo con gruesa gema-, a sabiendas de que todo es temporal, la vida y el arte.




En Patricia Highsmith la construcción de la personalidad retorcida y en Steven Zaillian el esteticismo se sobreponen al discurso moral, lo suplantan. Ambos me hacen cómplice de los crímenes de Tom Ripley. Como si dijésemos, ser buena persona está sobrevalorado: lo importante es sortear la miserable vida, ingeniárselas, ¿o acaso no son los ingeniosos -los que se saltan la ley o la bordean- quienes triunfan y quienes disfrutan de los goces temporales? Como Ripley, envidio las maneras de los ricos, sus conquistas, sus palacios, sus disfrutes, ¿y si pudiese suplantarlos? ¿No es eso lo que en el fondo nos mueve, querer lo que los ricos tienen, desear lo que ellos desean? Suplantarlos. Casi al mismo tiempo que Renee Girard publicaba sus libros sobre el deseo mimético, Patricia Highsmith descubría el fondo del alma humana en sus novelas sobre Ripley.


Llegados a este punto, cabe preguntarse si el discurso retórico de la belleza, icónica o verbal, tiene consistencia en sí mismo o es una excusa del mal que se disfraza. Lo vemos en el discurso político cuya retórica -'yo te hablo de las cosas'- sirve para envolver la mentira y el crimen -mira por doquier y lo verás- o en los creadores, los literatos, los periodistas al dictado o los cineastas llorosos, impermeables a la verdad, pues lo suyo es la belleza, afirman, la verdad, si existiese, es algo tangencial, sobrevenido.


Al final, Dakota Fanning, el personaje positivo, la escritora -la que trabaja con la belleza de las palabras-, circunspecta y desconfiada al principio sobre las intenciones de Ripley, acaba sucumbiendo al engaño, también ella deslumbrada por la belleza definitiva de Venecia -definitiva y mortal-, edita su libro y se lo envía al inspector italiano que investiga los crímenes, de quién Zaillian ha hecho que nos burlásemos por sus torpezas y pomposidad, y es entonces cuando el inspector se da cuenta del engaño, viendo la foto del verdadero Frank, a quién Marge dedica al libro: Ripley no era Franck. Pero Ripley, como el espectador ya sabe, está a salvo. A Ripley, lo vemos en la última escena desenvolviendo el cuadro robado de Picasso -Picasso el suplantador de Caravaggio-, a salvo para que su atractiva maldad, la belleza que suplanta a la bondad y a la verdad, pueda expandirse en una segunda temporada.


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