martes, 24 de octubre de 2023

Kibbutz – Gaza

 



Importa, como no va a importar, la matanza que sucede ante nuestros ojos, y algo había que decir sobre nuestra ceguera ideológica, por qué vemos los muertos de un lado y los del otro no, por qué dirigimos nuestro odio acomodado en la butaca desde la que vemos, leemos u oímos noticias, en una dirección, negándonos la posibilidad de la mirada limpia.


Pero no es en esa ceguera en la que pienso, sino en una primordial, nuestra dificultad para asumir que somos naturaleza. Cuando en el pasado se proyectaron sociedades humanas basadas en una supuesta bondad natural, desde los utópicos al marxismo, desde Campanella a las comunas del 68, en la creencia de que solucionarían todos nuestros problemas, materiales y espirituales, se obviaron dos fuerzas que no somos capaces de controlar, el instinto de poder y el sexual.


Cuando el pasado 7 de octubre, activistas de Hamás y gente de a pie (hay un vídeo en el que se ve a un hombre entrando con muletas) asaltaron los kibbutz israelíes, pegados a la franja de Gaza, qué esperaban encontrar, qué esperaban obtener, qué imagen llevaban en su cabeza de lo que es un kibbutz. El kibbutz, desde 1909 hasta hoy, desde el inicial "hacer florecer el desierto" hasta el actual sumamente tecnificado, es la experiencia más exitosa y duradera de la idea de vida colectiva socialista basada en la bondad natural del hombre.


¿Tenían un plan? Qué resortes les hicieron actuar como lo hicieron, que mezcla de odio y pulsión sexual. Hicieron barbaridades que el ejército israelí no deja ver. Solo periodistas pudieron ver ayer, en una sesión privada sin cámaras ni móviles, vídeos de diferentes fuentes, entre ellos de los propios asaltantes. Mataron torturaron descuartizaron violaron a la vista de quienes aún seguían vivos, madres hijos padres. Aparte de la decapitación de bebés, lo peor que ocurrió el 7 de octubre fueron las agresiones sexuales salvajes, que no se están publicando. Más de 100 mujeres jóvenes siguen como rehenes de los yihadistas de Hamás.


El primer paso para desactivar esas pulsiones es conocer que somos naturaleza, que hay individuos que no pueden controlarla, que hay organizaciones que la estimulan para su propio beneficio, y que hay gente, con autoridad política o académica, que se niega obstinadamente a reconocerla.


"Los seguidores de Marx han comprendido, aunque sea indirectamente, este gran problema. Una gran debilidad del marxismo es que incluso si se alcanzara el Estado del fin de la necesidad material, la escasez en el mercado sexual seguiría siendo, y sería, como siempre ha sido, la causa fundamental de la división social y la agitación política. Si estuvieran libres del trabajo y con acceso infinito a los bienes, los humanos se enfrentarían a una escasez de acceso sexual a los hombres y mujeres más deseables” (Selective Breeding and the Birth of Philosophy. de Costin Vlad Alamariu).



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