lunes, 26 de junio de 2023

Un venezolano y la de Portugalete



Nos sentábamos en el bar de las cervezas (4 euros las de tercio, más el 7% el servicio en terraza cubierta) cuando ha empezado a llover. Hemos tenido suerte porque hasta esta tarde, tras dos días de ruta, el tiempo ha desmentido el anuncio de la semana de lluvias y tormentas. Ha pasado media hora hasta que el cielo ha enloquecido y ha empezado a escupir granizo con bolas de tamaño e intensidad creciente. Nos ha fastidiado el plan de ir hasta Pas de la Casa. Así que matamos el tiempo con más cervezas. Al rumano que lleva el negocio se le hacen los ojos chiribitas cuando nos ve llegar. Ya cansa su amabilidad impostada.

Los arroyos de Andorra bajan llenos, llenas y rugientes las cascadas, a uno y otro lado de los senderos florece la vegetación pirenaica. Raquel la guía nos va informando sobre el nombre de las flores y arbustos que encontramos y sobre sus características entre las cuales está que casi todas las matas son venenosas especialmente el acónito. Nada más salir de Soldeu el monte se empina: hacemos poco kilómetros pero con un gran desnivel que nos lleva varias horas hasta el pico programado: la Serrera de 2.913 metros (en Andorra no hay tres miles, aunque por poco), hoy, y el Llac de la Cabanna sorda ayer. No somos muchos, 12 personas pero con bastante diferencia de preparación entre unas y otras, de modo que no todo el mundo corona.



Lo más reseñable de ayer fue el encuentro nocturno entre el venezolano y la de Portugalete. Como todavía no es época turística -estamos a finales de junio-, para encontrar la última cerveza hubo que hacer kilómetro y medio hacia abajo y luego volver hacia arriba para ir al hotel. Eran las once de la noche. La charla no estaba muy animada hasta que la interrumpió un joven informático con muchas ganas de hablar: el desastre de Venezuela desde la época de Chávez, su ascendencia vasca, su novia catalana que no quiere irse a vivir a Bilbao. Fue entonces cuando intervino una mujer camisa blanca, la dueña del chiringuito, que se ofendió a grandes voces, entre bromas y verás, porque una chica catalana menospreciase lo vasco. Y allá que los dos se enzarzaron en una confusa pelea dialéctica: ambos defendían lo vasco -el venezolano exhibiendo sus apellidos vascos- frente a lo catalán (el novio recriminaba a su novia catalana ausente por ser tan identitaria); la señora de Portugalete que no hay nada igual como ser vasco, y como el Valira pasaba por allí, que los 'pobretones burgaleses' (los cuatro que asistíamos asombrados a la pelea dialéctica somos burgaleses -me guardé de desvelar mi media alma catalana) son lindantes con lo vasco pero tan diferentes y tan pobretones los pobrecillos. No entramos al trapo para decepción de los presentes. El camarero se animó invitando a un vaso de aguardiente, muy aguado, y en cuanto pudimos dejamos el local, al venezolano y a la de Portugalete, aburridos de tanta cháchara vana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Todo tiene,sus más y sus menos 🤔