Tras un largo viaje con escala, aterrizamos en Mumbai, una de las ciudades más habitadas del planeta -la tercera o la cuarta nos dicen, tras Tokio, Shanghái y Pekín-, con casi la mitad de la población de España; 112 o 130 millones la población de Maharashtra, el Estado del que Mumbai es capital, mayor que cualquier país europeo.
Por qué viajar me preguntan, por qué viajar al sur de la India. Uno viaja para dejarse sorprender por la belleza que desconoce, lo que algunos llaman maravillas del mundo, que no son las venteadas por lo publicistas. ¿Será bella Mumbai? Una ciudad es antes que nada circulación: el ruido circula con el transporte, con la contaminación -un denso sombrero sobre Mumbai-, con los tuk-tuks, afanosas hormigas; si la ciudad está viva no para; la quietud, la limpieza, la amortiguación del ruido, el brillo del cristal y del acero son síntomas de decaimiento. Y la gente sobre todo la gente, ahí reside la belleza mayor, aunque hay que pelear con los prejuicios propios para admirar lo otro. Mumbai es una ciudad en obras, abierta por los cuatro costados y lo seguirá siendo hasta que aparezca el síndrome europeo. Tardará.
Antes de irme a dormir doy un paseo por los alrededores del hotel: ruido infernal, aceras inexistentes u ocupadas por pequeñas tiendas repletas de objetos o servicios de todo tipo. Hay que arriesgar en cada paso entre la selva ruidosa de coches y motos que avanzan vertiginosamente y las impracticables aceras. Es de noche y la iluminación escasea; retrocedo.
No hay la miseria que uno suponía, no he visto hombres o mujeres en las aceras preparando un lugar para dormir, no he visto cadáveres sin recoger, no he visto vacas taponando el tráfico; los mendicantes parecen haber ascendido hasta vendedores, quizá de baratitas, pero dignificados por un negocio. La realidad de lo que estoy viendo no se corresponde con la imagen que traía, influido por lecturas, documentales o películas, crédulo de rumores. Los escritores o guionistas son fantasiosos y los viajeros mentirosas, o quizá las cosas han ido cambiando con el tiempo hasta hacer irreconocible la imagen construida.
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