domingo, 9 de octubre de 2022

La vía sagrada

 



El Camino tomado como el camino no puede ser el Camino que siempre se toma” (El libro del tao)

¿Por qué este impulso irrefrenable a salir de casa? ¿Por qué ponerse a caminar sin que importe demasiado el destino? ¿Por qué el deseo de viajar a lugares remotos?

¿Por qué la oscura y fría noche y el largo invierno y la indeclinable muerte?


Hades, señor del inframundo, raptó a la bella Perséfone y se la llevó al hondo Hades. Démeter, la madre, en un viaje agotador partió en su búsqueda para rescatarla y devolverla al mundo. Como anciana, descansaba junto a un pozo en Eleusis, cuando decidió condenar al mundo a la sequía para obligar a los dioses a que liberasen a su hija de Hades. Démeter, que había enseñado a los hombres el uso del arado, hizo que los campos se marchitasen y los mortales dejaron de ofrecer sacrificios. Los dioses accedieron. En el viaje de vuelta la ingenua Perséfone comió la semillas del granado que iba encontrando en el camino, un fruto prohibido que le castigada a permanecer en la noche. Démeter consiguió pactar con Zeus que su hija fuese devuelta al mundo durante seis meses, de ese modo se iniciaba la primavera, los campos verdecían y fructificaban las semillas del granado. En conmemoración, los peregrinos recorrían cada año, en septiembre, el Camino al santuario, los ventidós km de la vía sagrada que unían la Acrópolis de Atenas con Eleusis, con el propósito de iniciarse en los misterios de Démeter depositados en el teatro subterráneo del Telesterion. Los que entraban salían a la mañana siguiente radicalmente cambiados. En los nueve días del festival el peregrino esperaba acceder a la contemplación de la verdad, iniciarse en los misterios de la muerte y la resurrección. Del emperador al más humilde esclavo, incluida la mujer a quien todo lo demás se le negaba, a nadie se le vedaba la peregrinación, a condición de no arrastrar tras de sí delitos de sangre.


Los misterios habrían comenzado en torno al 1500 a. C., durante la época micénica y se celebraron anualmente durante unos dos mil años. Los peregrinos acudían en gran número de toda Grecia y más allá para participar en ellos. Juliano fue el último emperador iniciado en los misterios, que quiso preservar, Teodosio cerró los santuarios por decreto en 392. El santuario de Deméter y los demás lugares sagrados de Eleusis fueron saqueados por los cristianos arrianos y los godos de Alarico en el 396 d.C. La leyenda dice que los iniciados en la historia de Deméter y Perséfone juraban guardar el secreto bajo pena de muerte y a fe que lo hicieron. Los misterios nunca fueron revelados a los no iniciados. Ni Sócrates ni Platón, ni Aristóteles ni Sófocles lo hicieron, tampoco Plutarco o Cicerón, todos ellos caminantes de la vía sacra, aunque escribieron sobre su experiencia. Aseguraban que quienes participaban en los misterios cambiaban su forma de ver el mundo y que se liberaban del miedo a la muerte, pues la muerte no es más que una transición a otra fase de la existencia.



El camino o el viaje moderno no dista tanto del camino que durante mucho tiempo pervivió en Atenas. Los peregrinos descansaban junto al mismo pozo en el que se había sentado la anciana Démeter, ayunaban y luego bebían el Kykeon, mezcla de cebada y menta. La bebida, quizá, contenía el hongo psicotrópico del cornezuelo, lo que intensificaba la experiencia y transformación del iniciado (Algo parecido sucedía con los peregrinos del Camino de Santiago que llegaban al monasterio de San Antón, en Castrojeriz, con el Fuego de San Antón). Luego bailaban y se encomendaban a Dionisio y a la juerga. Lo atestiguan las escenas de cerámica conservadas. Los peregrinos actuales como los iniciados creen en la transformación y la naturaleza cíclica de la vida. Todo viaje es un comienzo, la promesa de que lo agostado reverdecerá, que tras el invierno llega la primavera y que la propia muerte es un nuevo comienzo.


Ocultas bajo mil capas de saber instrumental, la humanidad ha hecho un poderoso esfuerzo por ocultar las preguntas esenciales. Una luz cegadora cubre la superficie del mundo hasta desdibujarlo y aplanarlo para que no quede un resto de inquietud. La promesa de saberlo todo, de poner todas las cosas a nuestro servicio, ha creado el mito más poderoso: somos entes diferenciados y todas las cosas están a nuestra disposición. A cambio se ha ocultado la primitiva verdad, somos mundo. Cabe preguntarse si nuestra presente infelicidad no deriva de ese conocimiento ocultado. Esta pregunta debe acompañar cualquier reflexión sobre la modernidad, ¿Qué hemos ganado, qué hemos perdido?




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