domingo, 5 de septiembre de 2021

Hamburgo. Tarde de domingo



Todas las ciudades portuarias se parecen.

Hay una semejanza entre Barcelona y Hamburgo. La diferencia está en el tamaño y en la actividad. Barcelona ahora mismo está muerta, no lo parece Hamburgo. 

En lo que no hay diferencias es en las tardes de domingo. El tedio es igual en cualquier parte.

La humanidad se arrastra quejumbrosa, paquidérmica como si la vida fuese a derrumbarse bajo su peso. 

Ni siquiera las familias con niño la salvan o menos que nada las familias con niño. 

Los railes de los trenes elevados chirrían y las barcazas. Las bicis los patinetes ruedan sin destino, como cigüeñas que no saben volver al nido. 

Nada más triste que visitar un museo un memorial como el de la catedral de San Nicolás derrumbada por las bombas. 

Lo que se ha construido o destruido con tanto empeño se aplana en las tardes de domingo.

Suena el carillón de las 51 campanas que sustituye al órgano que fue pero los oídos están secos. 

La belleza ha perdido el color en esas tardes. El sol sombrío y los besos de los enamorados en los puentes, como si no hubiese nadie que les pudiese envidiar. 

Las vías de doble carril sin nadie que les haga saber su prisa.

Lo más concurrido en estas tardes son los bancos con vistas, la mirada somnolienta y aburrida. 

Con todo, lo peor es el deambular de cuerpos sin alma por los centros comerciales. En eso todas las ciudades son iguales. 

Hace unas horas los amigos las familias las parejas departían en las terrazas al sol, contentos de disponer de un tiempo que parecía ilimitado. Una copa de vino el café en la mano y una palabra que se pronunciaba sin intención. 

Las ciudades mueren en las tardes de domingo.

No alcanzo a comprender qué sería de la humanidad si cada una de sus tardes fuese tarde de domingo.

Friedrich y la mixtificación


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