I - Vivar
Ani es tan buena gente como despreocupado, de esas personas que esperan que la vida salga a su encuentro a ver qué le ofrece. Su bici no es la mejor, pero lo compensa con fortaleza y destreza para salir de apuros de los que yo no saldría. La conozco desde hace dos largos Caminos. Rueda pequeña, muy trasteada. Ya desde el primer día Burgos/Vivar/Burgos se veía que no iba a marchar. Cambiaba mal, no tiraba hacia arriba. Por contraste, Rafa es metódico concienzudo y su bici perfectamente preparada para las peores incidencias.
Etapa de inicio, de prueba. He pasado muchas veces por Vivar, pero desconocía su Monasterio y sus monumentos cidianos, escondidos, desconocidos, ni que tuviera una legua 0. En una cantina nos dieron la credencial y charlamos con los vecinos, acostumbrados al trasiego de ciclistas. En Sotopalacios hicimos acopio de morcillas para la cena.
II Hontoria del Pinar
La salida de Burgos, accidentada. Esperamos a que abriera el primer taller, el más renombrado, Ciclos García. Mala elección: no quisieron reparar, tampoco prestarnos herramientas. Acudimos a otro, Velobur, al contrario, amables, eficientes, rápidos, donde nos cambiaron el cableado y los platos. Ya sé dónde tengo que ir y dónde no en Burgos. Ya era muy tarde cuando arrancamos, cerca de las 12. Después de San Pedro Cardeña, recitando algunos versos de Mío Cid, cogimos la Vía Verde Santander/Mediterráneo para recuperar el tiempo perdido.
Pinché dos veces, las únicas en tres largos recorridos por los caminos a Santiago. No volvimos a tener percance alguno por más que subimos y bajamos por terrenos difíciles. Tiramos de bocadillo en un pueblito, Villaespasa, junto a Cascajares. Llegábamos cuando una cuadrilla de jubilados solícitos, que atiende de consuno el antiguo teleclub, se retiraba a comer y a la siesta. Descansamos bajo la sombra de un toldo en un paraje encantador. Llegando a Salas, donde debíamos pernoctar, quisimos ampliar la etapa hasta Hontoria del Pinar, para sobrepasar los 100 km.
Llegamos cuando España ya se batía con Croacia. Quizá ese fue el motivo por el que por una mala botella de vino con gaseosa el cantinero nos cobrase 15 € al buen tuntún. Fue entonces cuando Ani el despreocupado se dio cuenta que bajo el toldo de Villaespasa se había dejado mochila con todo. Volvió en taxi a por ella. Dormimos en el albergue de la vieja estación reconvertida, tras haber comprado tomates, fruta, pan y latas de sardinas en la tienda del pueblo, regentada por el hermano del cantinero y a la vez taxista a pedido. Albergue para nosotros solos, con lo justo pero cómodo.
III Gormaz
Nos interesaba llegar a Hontoria del Pinar para iniciar el cañón del Río Lobos hasta Ucero, un recorrido por senderos pedregosos llenos de raíces pero a tramos espectacular. Más de una vez tuvimos que echar pie a tierra y llevar de la mano la bici. Si ayer fue un día accidentado hoy los hados se han mostrado benignos. Desde Ucero a Burgo de Osma pistas más fáciles y en parte descendentes. En Burgo de Osma tiramos de menú junto a la plaza. Nada que recordar en medio del calor más alto del día a pesar de la prestancia de la bella y catedralicia ciudad soriana. Alargamos la ruta por pistas fáciles hasta Gormaz, la de la alta y ancha fortaleza califal. El albergue novísimo parecía que lo estrenabamos nosotros. Nada parecía usado. Como no había tienda de comestibles acudimos al único bar del pueblo donde nos pusieron una tabla de quesos y embutidos con una extraordinaria vista al valle del Duero.
Desde el patio terraza del albergue contemplo la airosa fortaleza árabe que corona este pequeño pueblo soriano. Hace un momento paseaba por sus almenas mirando hacia poniente los últimos rayos del sol. Desde el este llegaba el sonido de un tractor solitario y las voces de los vecinos que en una tarde serena resuenan claras y distintas en el altavoz natural de la rocosa ladera que desciende de la fortaleza. En la cinta del Duero que al llegar aquí dibuja en una semicircunferencia el perfil del cerro en que se asientan pueblo y fortaleza, ya con el suficiente caudal como para aparentar ser un gran río, los rayos coloridos del atardecer se reflejan en su cinta. Podría ser un momento mágico, pero me conformo con la poesía que ágrafa y silenciosa se refleja en mis ojos. No hay otro fortaleza igual en la península o yo no la conozco. Las vistas desde arriba son inmejorables. Pueblos, tierras de labor, serranías hacia el sur y la Ibérica hacia el norte. La noche poco a poco traspasa con sus sombras la fortaleza que ahora contemplo.
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