martes, 22 de junio de 2021

El arte de la crueldad, de Maggie Nelson



"En el arte como en el sueño hay que proceder con desenfreno. En la vida hay que proceder con equilibrio y cautela”

Hay libros de los que no se puede hacer una crítica, tan solo una reseña. Son inabarcables, ofrecen tal cantidad de sugerencias, de descubrimientos, que el lector, agradecido, tan solo puede mencionar el título, al autor y algunas de las cosas que contiene. Recientemente me ha ocurrido con 'El Cazador Celeste' de Roberto Calasso o ‘Cómo piensa el mundo: Una historia global de la filosofía’, de Julian Baggini. Seguro que tienen defectos pero la sensación de sorpresa ante lo que uno descubre es tan grande que lo que cabe es mencionar alguna de sus ideas y incitar a otros a la lectura. Este libro fiel al título, ‘El arte de la crueldad’, navega por los rápidos de nuestro tiempo, en expresión de Richard Foreman, por las formas de representación de la crueldad en el arte, desde el accionismo vienés, en los sesenta, hasta la actualidad. Literatura, teatro, cine, performance, cualquier forma de expresión. La autora se hace preguntas sin cesar, sobre el valor de lo que ve, su funcionalidad, su relación con lo político, su autonomía, si ha de ser un sustituto o un reflejo de la vida real o si, simplemente, quiere ver lo que producen los artistas, y acaba por ofrecer esta inscripción que encontró en el libro de segunda mano, ‘El teatro y su doble’: "En el arte como en el sueño hay que proceder con desenfreno. En la vida hay que proceder con equilibrio y cautela”

Maggie Nelson sigue la obra de Francis Bacon y Sylvia Plath como guías en el proceloso mar de la crueldad, intentando comprender su experiencia, a menudo desagradable, ayudada por filósofos como Emmanuel Levinas o Roland Barthes. Dice por ejemplo de Sylvia Plath que “lo frustrante es que empuña su sable de la claridad sin permitir que haya nada de aire en la habitación”. No solo ella, otros creadores le producen una angustia parecida, las novelistas Compton-Burnett, Elfrid Jelinek, Jane Bowles, Mary Gaitskill, Alexander Trocchi o artistas como Marina Abramovich, Joko Ono, Paul McCarthy, Ana Mendieta, Yayoi Kusama, Carolee Schneemann, Jenny Holzer, Kara Walker, o cineastas como McDonagh, Chantal Akerman, y otros muchos que, según la autora, “están esperando aún que lidien con ellos, ser escuchados, entendidos de la manera más adecuada”. Otros como John Cage, Richard Foreman o Patti Smith la pacifican y otros no sabe cómo abordarlos, Antonin Artaud.

"Lo más interesante de estas obras -del pasado, presente o futuro- es o será la que desmantela, boicotea, ignora, destroza, toma libertades con o por lo menos se burla del largo compromiso de las vanguardias con la idea de que los choques producidos por la crueldad y la violencia -sea en el arte o en la acción política- podrán conducirnos, a través de algún milagro nunca probado, a una manera más sensible, perceptible, perspicaz, animada, colaborativa y justa de habitar la tierra y de interactuar con nuestros prójimos. Como dice con tanta precisión Arendt en ‘Sobre la violencia’, 'como todas las acciones, la práctica de la violencia cambia el mundo, pero el cambio más notable es hacia un mundo más violento'".

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