lunes, 12 de abril de 2021

Druk (Otra ronda, 2020)

 



"Una vez escribí un ensayo en el que hice algunas formulaciones que se han sacado completamente de contexto, lo que ha acabado convirtiéndose en un guion creativo y una película que creo que es maravillosa" (Finn Skårderud)


Planteémonos dos hipótesis. La primera, que la condición del hombre común es la mediocridad. Parece que muy pocos alcanzarán a Einstein. Muy pocos. Tampoco, pongamos, a las Kardashian, si ellas marcasen el umbral inferior de la felicidad. Cómo remediarlo. Qué hacer para que nuestra pareja vuelva a ver en nosotros la chispa que hace mucho tiempo la encendió. Qué hacer para que los alumnos vuelvan a ver en nosotros al profe dinámico que les hizo sacar las mejores notas en la selectividad, o, nosotros mismos, cómo recuperar a aquel que un día insufló fuerza y ánimo en el chico deprimido de la clase de modo que recuperó la autoestima. Parece una regla, que una vez superada la cresta empezamos a rodar hacia abajo. ¿Y si? Aquí viene la segunda hipótesis. La energía que nos falta. Supongamos que nacemos con un déficit de alcohol en sangre. Una hipótesis lanzada por un escritor noruego Finn Skårderud. De hecho, si comparamos a tres ilustres dipsómanos, Ernest Hemingway, Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt con un famoso sobrio, Adolf H., sería fácil decantarnos. No habría ninguna duda. Sabemos que va de coña. Hablamos de ello cuando estamos entre amigos, con unas botellas encima de la mesa. Pero ¿y si probamos? ¿Podríamos reprogramarnos con unos miligramos de alcohol en vena?


De eso va la película. Un instituto danés, cuatro profesores que constatan su mediocridad y que medio en broma medio en serio se proponen, como conejillos de indias, verificar la hipótesis del escritor danés. Explicado así parecería una película cualquiera, como de hecho son casi todas las películas que no son Einstein. Casi todas. De una perfecta mediocridad. Pero Thomas Vinterberg no es Einstein. Tampoco un director mediocre. Su película no es un conejillo de indias que se pueda extender sobre la mesa y analizar en partes. Es una película concebida como un poema: una abstracción de la realidad expuesta con sensaciones con la intención de producir emociones. Los espectadores se reconocerán en alguno de los cuatro protagonistas, en alguna de sus actitudes, en alguna de sus carencias. ¿Quién no se ha visto, aunque sea de refilón, antes de dar un manotazo a la cruda realidad, en el espejo? Ya lo dijo el escritor: Einstein y todas las Kardashian son felices, el resto vive la mediocridad a su manera. ¿Qué ha querido decir Vinterberg con Druk? Probablemente, ni él lo sepa. Estaba viviendo una experiencia dolorosa mientras filmaba: su hijo acababa de morir. Sensaciones, emociones. Ante un poema, si el poema es bueno, no cabe una disección (Sí cabe, todos los días se hacen en las facultades de filología. Los profesores cobran por ello, a sabiendas de su inutilidad). Cada lector, cada momento. Donde uno ve entusiasmo, otro se puede horrorizar. Y como en la mediocridad hay grados, habrá unos cuantos que exclamarán, pero ¡cómo ha podido, Vintenberg!


Joder, podría uno protestar, a eso se reduce la vida. Nosotros nos lo hemos buscado. Antes, vivíamos con la fantasía de lo sagrado y lo desechamos. En fin, impresiones tras haber visto Druk, una película europea, hecha por un danés para un público occidental. Quizá el mundo, en otras partes, sea distinto. Hay otras formas de vivir el mundo y están en este.


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