"El secreto del éxito en cualquier empeño humano es la concentración absoluta". Kurt vonnegut, en Palm Sunday.
"La clave (de la creatividad) es permitirse no hacer absolutamente nada durante un corto periodo de tiempo." Annette Lavrijsen, en El arte neerlandés de no hacer nada.
Una de las grandes preocupaciones de nuestro tiempo, el déficit de atención. Incluso está caracterizado como síndrome. ¿Y si lo estamos viendo desde el lado equivocado? En el modo habitual de verlo, sufre el síndrome quien no está atento, quien no presta atención a lo que se le dice: el niño que no oye a la madre que le regaña, el joven que está a 10.000 yardas de la lección del maestro, el lector que deja el libro para atender al último chat, el hombre que desconecta cuando habla el presidente. ¿Y si el déficit de atención es en la dirección inversa? La madre ocupada en mil cosas que no tiene un minuto para jugar con su hijo, el maestro empeñado en que entre en la cabeza del joven un saber obsoleto, libros escritos con las técnicas y modos de la vieja revolución libresca, políticos que no tienen nada que decir. No es que el hombre contemporáneo padezca un déficit de atención, es que no hay modo de que alguien le preste atención. En el mundo del presente hay una exigencia totalitaria de atención. Se considera enfermo a quien no escucha: ponte los auriculares para escuchar mi podcast, abre la pantalla y léeme, estate atento a las últimas notificaciones, esta es la serie que has de ver. 'Mamá', grita el niño desconsolado; todavía hay algún profesor que sube con sus coturnos a la tarima para hacer oír su grave voz; mítines con consignas fijadas, tertulias que escuchar, películas y series que ver. En qué momento veremos caer los móviles como hojas muertas por las aceras de la ciudad y los senderos del bosque mientras los hombres caminan con los ojos hundidos hacía ningún lugar. La capacidad de almacenamiento de sonidos e imágenes tiene un límite, debe tener un límite.
Se nos exige que escuchemos que miremos con atención, pero quién nos escucha. ¿Hay alguien al otro lado? Si hacemos una consulta, antes de acabar la frase ya hay alguien perorando al otro lado: un médico un abogado un consultor una asistente social. Hasta es posible -en estos tiempos, al otro lado del teléfono- que el médico nos dicte reglas de buena conducta y la asistente nos culpe por no haber hecho lo que debíamos: apenas nos queda un No sabía que. Cuántos siglos llevamos detrás de la consigna 'Conócete a ti mismo'. Todo el aprendizaje está basado en ella. Haz silencio en ti para que las buenas ideas germinen en el terreno más fértil: ya estás en disposición de escuchar y ver lo que te tenemos que decir.
La angustia del hombre contemporáneo deriva de que al enorme esfuerzo por hacer silencio dentro de sí se le responde con un ruido insoportable en el entorno: haz esto, mira aquello, por aquí, eso no, just do it. Para que eso suceda han echado mano de los químicos del cerebro y de los tecnólogos de la atención para poner en marcha la industria de las emociones. La primera y la más escandalosa, la de las emociones políticas. La mayor de las utopías se aleja a velocidad estelar: ser escuchado.
Si no sabes quién eres y cuáles son tus principios no tendrás en tus manos el timón de tu vida, quién no se conoce bien es un extraño para sí mismo que no puede estar a gusto en su piel. Te recomiendo estos libros para que encuentres tu verdadero yo. Empatía. El otro. "La empatía es necesaria para comprendernos mejor a nosotros mismos. Vernos reflejados en el otro es lo que nos permite conocernos. El otro es un vehículo necesario en el proceso de descubrimiento personal" (Edith Stein), se nos dice. Dos mil años con el cura en el púlpito, Sí Señor; varios siglos con el maestro en la pizarra, Silencio, aquí hablo yo; casi un siglo con los ojos pegados en la pantalla, mmmm. Pero, qué hay de mí. ¡Quiero que alguien me escuche! En qué lugar, a qué hora podré hablar. ¡Hágase el silencio que tengo algo que decir!
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