lunes, 22 de febrero de 2021

Ya sentarás cabeza, de Ignacio Peyró


 


A medida que voy leyendo.


Parece como que el autor quisiese que descreamos de la política (quién cree en ella, salvo los lunáticos -tantos-, sino como mal menor), del oficio de escribir (tan abundoso que se le quitan a uno las ganas de seguir leyendo -mi mayor pasión) y de la vida social (no tengo). Seguro que esa no es su intención, pero tal como lo describe y lo practica, parece una incitación.


Me interesa poco o nada aquello de lo que escribe, el día a día de los políticos, sus interioridades, sus miserias, su ignorancia, siento una repugnancia instintiva cuando la prosa de IP me los acerca, como la siento por la tribu de periodistas con quienes y para quienes trabaja, periódicos que nadie lee, teles casposas, suplementos culturales que no frecuento, pero tampoco me gusta cómo escribe, me parece igual de viejo que todo lo anterior, un estilo de otro tiempo, ¿a quién le puede interesar?


"El pensamiento del zaguán: esas cosas estupendas que se nos ocurren por la calle y que desaparecen nada más entrar por la puerta de casa".

"Sus manos parecían solo hechas por el gesto gracioso de parar un taxi, para desenfundar un guante como para tantear los muebles en caso de desmayo o derramar dramáticamente como una copa de champán sobre la alfombra"

"Medianoche en punto. Salgo al patio a leer, recién llegado de la finca. Brisa que todos lo absuelve y luna a la altura de los poetas. En circunstancias así, parece inevitable servirse un dedo de whisky”.

"Era tan joven que era muy delgado y podía ponerme esos pantalones de montar que por así decir no saben guardar ningún secreto".

"Edad adulta: ese momento de la vida en que ser imbécil ya no es gratis".

El amor del padre es un préstamo que los hijos devuelven a sus hijos"


Y así.


En algún sitio leí que era uno de los libros del 2020. Uno de los mejores. ¿Por qué no me interesa, pues¿Por qué me aburre? Si no estuviera tan denotada la expresión, diría que por clasista. Es largo, se demora en naderías, y es tan particularísimamente personal que deja de tener interés. Toda vida merece la pena ser contada, a condición de que esté bien contada y nos ahorre la exhibición. Exhibicionismo vital, pero también exhibicionismo estilístico, lo que es mucho peor. Liberado de todo servilismo, he ahí al buen escritor, el principal, de sí mismo, pero sobre todo de su variante más tóxica, el estilismo, el servilismo del estilo, salvo en el caso de convertirlo en el material principal de su taller, pero eso es algo que está al alcance de unos pocos virtuosos,


"Pájaros, I. De entre las muchas cosas que pueden aprenderse de los pájaros está esa responsabilidad de acostarse tan pronto y levantarse tan temprano o acogerse a la opción de ser lechuza.

Pájaros, II. Si no tuviésemos pecado original, no nos tendrían miedo los gorriones".


Al menos de vez en cuando dice algo obvio:


"Lo más honesto que puede hacer un escritor no es reflejar su época, sino ir en contra de ella".


¿Nada de lo que escribe tiene interés? En un libro tan nutrido algo lo habría de tener: las anécdotas sobre políticos y periodistas (Cascos, Cospedal, Blanco, Dávila, Expósito: si es molesto en política, no lo es menos el periodismo enfático) para dar razón al desprecio; algunas citas, comentarios sobre la labor de traducción, su primer oficio. Lo imperdonable de un libro que te atraía por haber sido tan bien promocionado es que te produzca la sensación de pérdida de tiempo. Por qué haberle dedicado, entonces, unas cuántas horas. Sociología. En su descargo, diré que lo leía al mismo tiempo que Clima, de Jenny Offill.


P.S. Alto ahí. Ya sentarás cabeza. Cuando fuimos periodistas es un dietario que el autor escribe entre 2006 y 2011, siguiendo la tradición de diaristas de derechas. Lo he leído como creo que deben leerse estos libros, pellizcando aquí y allá, para luego ser más sistemático. He leído los tres primeros años y como no me convencían he ido a la última página y he leído como haría un árabe en su idioma, de atrás hacia adelante, leyendo el largo 2011. Y ahí pensaba darlo por terminado. Pero entonces, sesteando, he empezado con el 2010 y, entonces, sí. El autor se ha olvidado de sí mismo y del estilo y ha empezado a contar la intrahistoria del grupo Intereconomía: retratos de directivos y periodistas y redacciones y un viaje acompañando a Julio Ariza a Galicia para hablar con Núñez Feijó y Mario Conde. Ahí hay un libro, y aunque ese año tiene sus 167 páginas (el libro en total, 562) me he quedado con ganas de más, porque ahí aparecía el narrador que Joaquín Peyró lleva dentro. Luego he repasado el 2010, lo que había mirado por encima o me había saltado, buscando al buen narrador: unos días en Mallorca, la invitación a uno de esos programas de chapapote de Telecinco, con un retrato cruel de personajes olvidados como Maria Antonia Iglesias o Jaime Peñafiel, sus inicios como cronista parlamentario. El libro y el autor han ido ganando con los años.


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