Aunque no lo parezca o no lo sintamos nuestra mente está cambiando. ¿Siempre ha sido así? ¿A la misma velocidad? Pensamos que la cosmovisión medieval permaneció estable durante siglos, ¿fue así? Nuestras referencias del pasado son indiciarias, de segunda mano. Los documentos de época, escritos, imágenes, son parciales, testigos de parte. Viene esto a cuenta de cómo al ver esta serie It´s a Sin (HBO) que relata la llegada del SIDA a Londres, en los 80, nos ponemos sin prejuicio alguno de parte de sus víctimas. Quién va a ver ahora a los promiscuos gays que contrajeron la terrible enfermedad (30 millones de muertos) como asquerosos pervertidos que se lo tenían merecido. Han pasado cuarenta años pero el mundo es otro. Así que la serie es emotiva, deslinda a los que estaban del lado de la libertad sexual, de la libre elección, del placer sin culpa, de quienes vigilaban por el cumplimiento de las costumbres y la moral heredada. Madre e hijo en el mismo plano (admirables Olly Alexander y Keeley Hawes), profundamente separados. En algún momento los creadores, guionistas, directores, actores, tendrán que salvar ese grave escollo: enfrentar la mente de entonces (los sucesos que se quieren representar) con la de ahora (el espectador con sus prejuicios recién adquiridos), no tanto para comprender cómo funcionaba el mundo entonces sino cómo lo hace ahora.
En una escena que podría ser la final, del quinto episodio, el último de la serie, se encuentran, en el paseo marítimo de la Isla de Wight, la madre de Ritchie, el prota cuya vida briosa y joven hemos seguido desde el principio, y la mejor amiga de su hijo, Jill, que ha llegado desde Londres. La madre ha impedido que los dos amigos siguiesen viéndose tras haberse enterado de que su hijo era homosexual y había contraído el SIDA. Jill cree que la ha llamado porque le va a decir que ya puedo verlo. Pero lo que la madre le dice es que Ritchie acaba de morir y culpa a Jill y a sus amigos de haberle ocultado la verdad. Jill, con lágrimas de rabia en los ojos, la culpa a ella por su ceguera, por su incapacidad para comprender al hijo. El espectador está de lado de Jill, no puede sentir de otro modo: ha sido conducido hasta ahí. Parece que Russell T. Davies (Years and Years), el creador de la serie, ‘comprende’ a los padres de Ritchie, pero los condena sin paliativos.
La serie es magnífica en todos los aspectos, no creo que se pueda presentar lo que ocurrió de modo más brillante. Pero para ser genial, rompedora, haría falta que diera las claves para que el espectador fuera consciente de las trampas que se le tienden y en las que cae. Cómo en los 80, la mente está cambiando, pero no estamos en los alto de una colina mirando al pasado con compasión y contemplando el futuro con seguridad. Quién sabe hacia dónde vamos y si estamos en la mejor posición.
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