viernes, 8 de enero de 2021

Vidas dobles

 


Mientras su esposa, la química Clara Immerwahr se descerrajaba un tiro en el patio de su casa, ante los ojos de su hijo, desolada por el daño que la creación de su marido, Fritz Haber, el gas cloro, había causado en Ypres, el 22 de abril de 1915, donde en media hora una densa nube verdosa que se extendió por seis km exterminó toda forma de vida, Haber daba con la fórmula para que la humanidad siguiese adelante. El homo sapiens parecía haber llegado a uno de esos periódicos cuellos de botella que de forma inminente parecen llevarle a la extinción, en este caso por el agotamiento de las reservas de nutrientes naturales para alimentar sus cultivos: guano y salitre en Sudamérica, huesos de bisontes en Norteamérica o huesos de esclavos enterrados en las tumbas egipcias, incluso huesos de los soldados de las guerras napoleónicas enterrados en Europa. Haber rompió el cuello de botella al dar con la fórmula de la extracción del nitrógeno del aire. El ingeniero Carl Bosch, de la BASF, lo convirtió en proceso industrial, de modo que allí donde la humanidad parecía extinguirse ocurrió lo contrario explosionó, pasó de 1,6 a 7 mil millones de personas. Aunque hay que señalar que la intención de Haber no era benefactora cuando la descubrió, sino una forma de ayudar a su país a continuar en guerra (dos años más y millones de bajas) para crear pólvora y explosivos.


Haber creyó que como un buen alemán podría ayudar a su país a pagar la onerosa deuda de guerra que le impusieron los aliados y, así como había dado con la idea de la extracción del nitrógeno del aire, creyó poder hacer algo parecido extrayendo el oro del agua del mar. Fue fantasioso. Sin embargo sí creó en su laboratorio una sustancia más trágica que la del gas cloro, el zyklon que, aunque fue creado para el exterminio de plagas, poco después los nazis lo utilizarían para otro tipo de exterminio. Haber, que era judío, tuvo que huir de su país natal en 1934. Los británicos le impidieron refugiarse en su país por criminal de guerra; sin embargo, la Academia sueca le concedió el nobel de química por salvar a la humanidad.


A poco que se descuide la humanidad, gracias al nitrógeno liberado del aire, las plantas invadirán todos los rincones del planeta ahogando toda otra forma de vida, concluye Benjamín Labatut el primero de los capítulo de su fantástico libro, Un verdor terrible.


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