miércoles, 16 de diciembre de 2020

La cucaracha, de Ian McEwan

 



Si una noche una cucaracha se despertara convertida en un ser desproporcionado para su modo de medir el mundo, pongamos, alojada en el cuerpo de un primer ministro de Inglaterra, qué se le ocurriría, qué idea innovadora querría poner en marcha para el bien de la especie, de su especie. ¿Lo que es bueno para el hombre es bueno para una cucaracha? Al primer ministro cucaracha, Jim Sams, “inteligente pero de ningún modo profundo”, se le ocurre una genial idea, revertir la economía. ¿En qué consiste el 'reversionismo'? El dinero cambiará de dirección: una vez aprobada la ley en el Parlamento los hombres deberán pagar por trabajar y en cambio recibirán dinero por comprar. Aunque al principio su puesta en práctica irá contra el curso normal de las cosas, en la Unión Europea y en el resto del mundo, el PM (primer ministro) intentará convencer a sus colegas, al país, al que enzarzará en un referéndum y al amigo americano, de que relanzará la economía y todos vivirán mejor y más felices, pues resolverá los problemas de un plumazo. Usando las tácticas populistas de manejo de los medios sociales, mediante la insidia, la mentira, incluida una acusación de falso acoso al humano secretario de exteriores (único humano entre los ministros cucarachas del gabinete) que se opone al 'reversionismo' (al estilo de Iglesias con el abogado Calvente de Podemos) y la traición a los usos democráticos británicos, el PM logrará su objetivo. Cuando lo logra, el PM, despojado de su forma humana y devuelto a su forma de cucaracha, junto al resto de sus compañeros ministros, hace el discurso explicativo (McEwan se pone serio) de cuál es el verdadero objetivo del cambio, en contra de lo que le había dicho a la canciller en Berlín cuándo esta le pregunta el porqué del cambio: “Tras una pausa angustiosa, le salió de un tirón. ¡Porque, señora canciller, tenemos intención de ser limpios, verdes, prósperos, unidos, seguros y ambiciosos!”


Como indica nuestro nombre en latín, blatta, somos animales que huyen de la luz. Conocemos y amamos la oscuridad. En tiempos recientes, en los últimos doscientos mil años, hemos vivido con los humanos y aprendido su aprecio particular por esa misma oscuridad, a la que no se entregan tan completamente como nosotros. Pero cuando predomina en ellos, nosotros prosperamos. Cuando fomentan la pobreza, la suciedad y la miseria, nosotros nos fortalecemos. Y por medios tortuosos, tras mucho experimentar y mucho fracasar, hemos acabado por conocer los requisitos previos de la miseria humana. La guerra y el calentamiento global, evidentemente, pero también, en tiempos de paz, las jerarquías inamovibles, la concentración de la riqueza, las supersticiones arraigadas, la maledicencia, las divisiones, la falta de confianza en la ciencia, en el intelecto, en los extranjeros y en la cooperación social. Ya conocéis la lista. Hemos sufrido grandes adversidades en el pasado, por ejemplo la construcción de cloacas, el repulsivo gusto por el agua limpia, la aparición de la teoría microbiana de las enfermedades, la convivencia pacífica de las naciones. Esos y muchos otros expolios nos han reducido. Pero hemos contraatacado. Y creo que por fin hemos puesto en marcha las condiciones de un renacimiento, y así lo espero”.


Invirtiendo el cuento de Kafka, McEwan elabora una corta y a ratos divertida sátira del Brexit, con burlas para ministros y oposición, para el presidente inmobiliario del otro lado del Atlántico, un tal Tupper, o para Bruselas en pugna con Rusia a cuenta del importante asunto de los ‘helados moldavos’. Más fácil de leer para un británico cultivado en la tradición literaria de la sátira inglesa que para un hispano medio culto que ha aprendido a reír con El Jueves o con los programas televisivos del sábado noche en la Uno.


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