lunes, 21 de septiembre de 2020

Aquí mando yo. Historia íntima de Podemos

 


«Son casta los que después de estar en un Parlamento suben al avión de un multimillonario. No lo son los que después de estar en el palacio de La Moncloa, y a mí a lo mejor me toca venir a vivir aquí, aunque me gustaría si es posible seguir viviendo en mi casa, vuelven con su gente, con su barrio, los que siguen llevando una vida que se parece a la de la mayor parte de los españoles, que asumen que el salario de un político no puede ser un insulto a la mayor parte de los ciudadanos que tienen estrecheces. Eso es lo que diferencia a los que hacen política y defienden a su gente, de los que hacen política y son casta». (Pablo Iglesias. Octubre de 2015, durante la primera campaña electoral)


Así llegamos al presente, cuando creíamos que la razón y el buen juicio eran la compañía del gobernante. Cojamos todos los manuales, todas las teorías políticas marxistas o liberales y arrojémoslas al cubo de los desechos. Tantos libros, tantas baldas de estantería dedicadas a interpretar la historia, a comprender la subida y la caída de las clases sociales y de los poderosos que las representan, tanto tiempo dedicado a entender cómo funcionan los creadores de ideología, cómo se impregna a la masa social de las ideas subversivas para hacer caer a los políticos corruptos, tantas conspiraciones en cafés y en asambleas, tanta movilización para hacer tambalear el orden social y preparar el camino de acceso de una nueva élite más joven, mejor preparada, más honesta, tantas facultades de políticas en la Complutense y en otros sitios para comprender al fin que todo era cuestión de carácter y personalidad, de miedo y desafío, de ambición desmedida. Este hombre de formación marxista así lo reconoce tras haber conocido personalmente a muchos políticos:


«Tiempo atrás, mi formación marxista me habría hecho despreciar el componente humano a la hora de pensar cosas tan importantes como la política exterior de un país entero. Hoy en día, en cambio, después de haber conocido a algunos líderes políticos personalmente, lo considero un factor explicativo significativo. Antes de entrar en política, nunca hubiera imaginado que la personalidad contara tanto. Los psicoanalistas sonreirán…En efecto, no todo es infraestructura, superestructura e intereses de clase». (El mismo, en el libro entrevista con Enric Juliana).


¿Es eso cierto? ¿Todo se reduce a ‘apártate que tu puesto lo quiero yo’? Sí y no. Si miramos el tablero de la política mundial, salvo excepciones, pareciera que el poder es una cuestión de personalidad, ganan los estrambóticos, los indeseables, pero algo tiene que haber ocurrido en el mundo, más allá de psicologismos, para hacer que una concatenación de mediocres, en algunos casos psicopáticos, se haya apoderado de los diferentes gobiernos del mundo (Si reparáramos en esta lista antes de dormir no conciliaríamos el sueño: Trump, Putin y Maduro, Orban, Salvini y sánchez, Bolsonaro, López Obrador y Fernández y Fernández, Ortega, Xi Jinping y Duterte). ¿Qué ha sucedido para que masas de votantes prefieran a los impresentables?


Leyendo este libro no nos enteraremos de qué deseaban los votantes de Podemos, por qué, durante estos años, han votado a los de Galapagar, a quienes muestran su amistad a los herederos de ETA y a los independentistas catalanes, a quienes han asesorado y cobrado de las democracias populistas del nuevo socialismo latinoamericano que empobrece a los pobres. ¿Era solo por la hoguera del inextinguible odio al PP que arde en sus corazones? El libro desgraciadamente no se pregunta por eso. Es lo que me gustaría saber a mí, pero saberlo requeriría un trabajo de hércules que no está al alcance de un instituto sociológico ni de una facultad de políticas. El libro se entretiene con la personalidad, las luchas internas, los egos de los podemitas, y también de sánchez, pero nada me hace saber del misterio de sus votantes. Pero es entretenido.


2 comentarios:

fern dijo...

Hola.
Qué gracia me hace ver que cada vez que escribe el nombre de sánchez lo hace con minúscula. Nada que objetar. Un saludo.

Toni Santillán dijo...

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