“Un periodista me dijo recientemente, en una entrevista en directo: «Tú ya eres una marca». Sería ingenuo negarlo. En la sociedad de la emprendeduría y de los yoes marca, sólo los que este sistema considera «fracasados» no tienen marca”.
Cuenta
la autora que un amigo canadiense le comentó “Eres
una filósofa que respira”,
y
un periodista,
“Marina, ya eres una marca”. Es significativo, tanto que se lo
dijesen
como que ella lo recuerde y lo ponga por escrito. También que la
autora se autobiografíe, tan joven. Ser consciente de la propia
trascendencia. No es solo en ese escrito, la tendencia a hablar de
sí, quitándose importancia, se
lo
he visto en otras ocasiones, en conferencias o textos
por encargo, lo que contradice todo su discurso en torno al nosotros.
No es llamativo porque todos sus escritos están llenos de
contradicciones, incluso
asume la contradicción como el motor de su pensar, no
la contradicción dialéctica,
sino
la que se resuelve en nada, la
contradicción como fin en sí.
Me ha interesado desde hace mucho el personaje Marina Garcés como
representativo de lo que ha ocurrido en Barcelona durante esta época
en la que los sentimientos han abandonado los cauces naturales de la
intimidad para abordar lo público con afán de conquista. Ciudad
princesa
es un escrito que quiere hacer la biografía de Barcelona desde las
olimpiadas del 92 hasta el 1 de octubre del 2017, en realidad es la
propia biografía de la autora. En ambos aspectos se queda corta
porque
le falta espacio, calado
y distancia para comprender. Su Barcelona es una ciudad acotada, es
la Barcelona pequeñoburguesa que va de Gracia al Raval y de Sans a
Sant Andreu, y dentro de ese espacio geográfico. el llamado mundo
alternativo de okupaciones y revueltas juveniles. Fuera de ese
espacio geográfico y mental queda todo lo demás, es decir, el
mundo. Lo mismo sucede con respecto a su geografía personal.
Seguramente debido a su habilidad para crear frases llamativas
(Dinero
gratis, El
consenso es la censura cuando todo se puede decir, Hacer
un mundo común),
pronto adquirió un prestigio que fue recompensado con admiración
por los círculos donde se movía o se mueve. Se convirtió en
personaje, en algo así como la filósofa del mundo alternativo de la
ciudad. Y si alguien se convierte en personaje, se ve atrapado en
él, ha de responder a lo que de él se espera. Una cárcel. Siento
una especie de simpatía
y pena, no sé si es lo mismo, por el
personaje. Por eso he leído el libro de principio a fin, a pesar de
lo mal escrito que está, porque el personaje, tan simbólico
de un tiempo
como el Onofre Bouvila de Mendoza, por ejemplo, ayuda
a
comprender esta época de la historia de Barcelona.
A
menudo
he pensado que la ciudad necesitaba una buena novela para comprender
el procès.
Pero quizá no haga falta porque la realidad nos da los mejores
personajes (el
intendente Torra,
el
rufián Rufián,
las dos
monjas,
la
activista y la constituyente, la
saga
de los
Pujol, la propia Marina, el
oscuro Roures
y
una caterva de secundarios de relleno que desbordan el guion: el
revolucionario meapilas encarcelado, los dos pares de gemelos, Rull y Turull, los
Jordis, los saltimbanquis
belgas,
la escocesa y la ginebrina, el comunista Ribó),
malvados listos
e idealistas
tontos, ingenuas
e ilusos,
el contexto que crean alrededor, los hechos que la mejor imaginación
no crearía. Lo
que produce cada uno de ellos no está a la altura de un drama, pero
forman un personaje colectivo con ricas variantes, como en las
películas de Berlanga. No
hace falta imaginar, todo está ahí para que un buen guionista lo
traslade tal cual,
sin cambios, simplemente adecuando la realidad a la retórica del
lenguaje seriado para
convertirlo en serie
de éxito
con
muchos capítulos.
¿Por
qué no se hace, cuando el éxito está asegurado? Hay muchas
razones, aún falta distancia, los productores más importantes son
parte de la
comedia, los políticos frenan
para
no verse ridiculizados y la falta de masa crítica en el país así
como de inteligencia en
el mundillo de la producción cultural. Además el personaje principal está a la cabeza del gobierno. Creíamos
que esas tramas novelescas las habíamos dejado en el pasado, que el
nuestro era un tiempo racional y moderno. Pero
no.
Aparte
de la comedia en
el libro no hay nada más,
es un erial del pensamiento, una landa
sin
acción, apenas un sentimiento difuso del existir, así que el
interés lector radica en el personaje al que vemos chapotear. De
vez
en cuando aparece un nombre, Kant, Deleuze, Spinoza, Wittgenstein,
la
autora se dice filósofa, alerta, a ver, falsa
alarma. Tomar
en serio lo que dice sobre los atentados de las Ramblas, sobre el falso referéndum o
sobre otros sucedidos
carece
de
sentido.
Ciudad
princesa
ha de verse como la presentación de un personaje de la comedia del
procès
o como un capítulo de una
serie que nos mostraría cómo, en la Barcelona de los fastos del 92
y del Fórum de las Culturas
del 2004, hasta llegar al 1 de octubre de 2017, crecieron personas que creyeron que lo imaginado era
posible hasta convertirse en personajes de la
propia
ensoñación.
No miro a Marina con risa o reproche. Cada uno hace de su vida lo que le place, sólo tenemos una. Los que vemos
la comedia desde la sala de butacas, podemos acercarnos a Marina, puesto que ofrece su vida en
el estrado,
como hacemos los lectores con Madame Bovary, con
simpatía, con compasión, con la distancia de quien distingue
entre
la realidad y
sus sombras.
Retrato de un hombre libre.
Retrato de un hombre libre.
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