lunes, 24 de febrero de 2020

Ciudad princesa



Un periodista me dijo recientemente, en una entrevista en directo: «Tú ya eres una marca». Sería ingenuo negarlo. En la sociedad de la emprendeduría y de los yoes marca, sólo los que este sistema considera «fracasados» no tienen marca”.

Cuenta la autora que un amigo canadiense le comentó “Eres una filósofa que respira”, y un periodista, “Marina, ya eres una marca”. Es significativo, tanto que se lo dijesen como que ella lo recuerde y lo ponga por escrito. También que la autora se autobiografíe, tan joven. Ser consciente de la propia trascendencia. No es solo en ese escrito, la tendencia a hablar de sí, quitándose importancia, se lo he visto en otras ocasiones, en conferencias o textos por encargo, lo que contradice todo su discurso en torno al nosotros. No es llamativo porque todos sus escritos están llenos de contradicciones, incluso asume la contradicción como el motor de su pensar, no la contradicción dialéctica, sino la que se resuelve en nada, la contradicción como fin en sí. Me ha interesado desde hace mucho el personaje Marina Garcés como representativo de lo que ha ocurrido en Barcelona durante esta época en la que los sentimientos han abandonado los cauces naturales de la intimidad para abordar lo público con afán de conquista. Ciudad princesa es un escrito que quiere hacer la biografía de Barcelona desde las olimpiadas del 92 hasta el 1 de octubre del 2017, en realidad es la propia biografía de la autora. En ambos aspectos se queda corta porque le falta espacio, calado y distancia para comprender. Su Barcelona es una ciudad acotada, es la Barcelona pequeñoburguesa que va de Gracia al Raval y de Sans a Sant Andreu, y dentro de ese espacio geográfico. el llamado mundo alternativo de okupaciones y revueltas juveniles. Fuera de ese espacio geográfico y mental queda todo lo demás, es decir, el mundo. Lo mismo sucede con respecto a su geografía personal. Seguramente debido a su habilidad para crear frases llamativas (Dinero gratis, El consenso es la censura cuando todo se puede decir, Hacer un mundo común), pronto adquirió un prestigio que fue recompensado con admiración por los círculos donde se movía o se mueve. Se convirtió en personaje, en algo así como la filósofa del mundo alternativo de la ciudad. Y si alguien se convierte en personaje, se ve atrapado en él, ha de responder a lo que de él se espera. Una cárcel. Siento una especie de simpatía y pena, no sé si es lo mismo, por el personaje. Por eso he leído el libro de principio a fin, a pesar de lo mal escrito que está, porque el personaje, tan simbólico de un tiempo como el Onofre Bouvila de Mendoza, por ejemplo, ayuda a comprender esta época de la historia de Barcelona.

A menudo he pensado que la ciudad necesitaba una buena novela para comprender el procès. Pero quizá no haga falta porque la realidad nos da los mejores personajes (el intendente Torra, el rufián Rufián, las dos monjas, la activista y la constituyente, la saga de los Pujol, la propia Marina, el oscuro Roures y una caterva de secundarios de relleno que desbordan el guion: el revolucionario meapilas encarcelado, los dos pares de gemelos, Rull y Turull, los Jordis, los saltimbanquis belgas, la escocesa y la ginebrina, el comunista Ribó), malvados listos e idealistas tontos, ingenuas e ilusos, el contexto que crean alrededor, los hechos que la mejor imaginación no crearía. Lo que produce cada uno de ellos no está a la altura de un drama, pero forman un personaje colectivo con ricas variantes, como en las películas de Berlanga. No hace falta imaginar, todo está ahí para que un buen guionista lo traslade tal cual, sin cambios, simplemente adecuando la realidad a la retórica del lenguaje seriado para convertirlo en serie de éxito con muchos capítulos. ¿Por qué no se hace, cuando el éxito está asegurado? Hay muchas razones, aún falta distancia, los productores más importantes son parte de la comedia, los políticos frenan para no verse ridiculizados y la falta de masa crítica en el país así como de inteligencia en el mundillo de la producción cultural. Además el personaje principal está a la cabeza del gobierno. Creíamos que esas tramas novelescas las habíamos dejado en el pasado, que el nuestro era un tiempo racional y moderno. Pero no.

Aparte de la comedia en el libro no hay nada más, es un erial del pensamiento, una landa sin acción, apenas un sentimiento difuso del existir, así que el interés lector radica en el personaje al que vemos chapotear. De vez en cuando aparece un nombre, Kant, Deleuze, Spinoza, Wittgenstein, la autora se dice filósofa, alerta, a ver, falsa alarma. Tomar en serio lo que dice sobre los atentados de las Ramblas, sobre el falso referéndum o sobre otros sucedidos carece de sentido. Ciudad princesa ha de verse como la presentación de un personaje de la comedia del procès o como un capítulo de una serie que nos mostraría cómo, en la Barcelona de los fastos del 92 y del Fórum de las Culturas del 2004, hasta llegar al 1 de octubre de 2017, crecieron personas que creyeron que lo imaginado era posible hasta convertirse en personajes de la propia ensoñación. No miro a Marina con risa o reproche. Cada uno hace de su vida lo que le place, sólo tenemos una. Los que vemos la comedia desde la sala de butacas, podemos acercarnos a Marina, puesto que ofrece su vida en el estrado, como hacemos los lectores con Madame Bovary, con simpatía, con compasión, con la distancia de quien distingue entre la realidad y sus sombras

Retrato de un hombre libre.


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