lunes, 16 de diciembre de 2019

El colgajo, de Philippe Lançon





...habría renunciado de buen grado a escribir cualquier artículo para poder morder una fruta o un bocadillo sin dolor y sin ponerlo todo perdido, por beber de un vaso sin tener que meter la lengua, como si fuera mitad perro, por sentir cada centímetro de los labios que besaba”.

En la mañana del 7 de enero de 2015, dos terroristas enmascarados al grito de Allahu Akbar entraron en la sala de redacción del semanario satírico Charlie Hebdo descargando sus kalashnikov contra los dibujantes y periodistas allí reunidos. Mataron a 12 personas, entre ellos un policía de seguridad, y otros tantos fueron heridos con diferente gravedad. Entre los heridos se encontraba Philippe Lançon, periodista que trabajaba tanto para Charlie Hebdo como para Liberation. Durante ocho meses y 18 operaciones estuvo hospitalizado en dos hospitales distintos de París para tareas de reparación y rehabilitación. Este libro, escrito dos años y medio después, cuenta la masacre, la hospitalización, la reconstrucción maxilofacial, la rehabilitación. El lector se sumerge en una vida destrozada y durante casi 500 páginas vive en el líquido amniótico en el que el narrador vuelve a la vida.

El libro es una crónica contada en primera persona del suceso y sus consecuencias, un ensayo sobre la vuelta a la vida de un hombre que ha dejado de ser uno para ser otro y una novela por la que pululan un montón de personajes: cirujanos, enfermeras, profesionales de la reparación física y psicológica, familiares, amigos, amantes y hasta políticos, personajes porque, al fin, lo que de ellos se nos cuenta está seleccionado y su descripción es la propia de un escritor que trabaja con los materiales que la realidad le proporciona. También hay literatura explícita, porque al proceso de construcción del individuo que emerge ayudan autores como Kafka, Thomas Mann o Proust con Las cartas a Milena, La Montaña Mágica o En busca del tiempo perdido y otras referencias menores, y música, desde Bach al jazz, siendo el libro Blue note un objeto importante si no decisivo en el resultado del atentado, y es literatura no solo porque autores y libros referenciados lo sean sino porque el autor de este libro los ha escogido con una función literaria.

El mundo de referencias es abrumador, como lo es la nómina de personajes y la descripción de los traumas, hasta el punto de que llega a agobiar, pero ello no impide dejar la lectura porque el lector necesita salir del mundo líquido a la superficie al mismo tiempo que el narrador, ser uno con él, como si le fuese la vida en ello. Vivir una experiencia como la que vive el narrador no está al alcance de cualquiera en este tiempo, en los tiempos brutales del pasado era más común, así que se nos antoja necesario acompañarlo en el proceso de pérdida y transformación, aunque sabemos con Céline que “la experiencia es una tenue lámpara que ilumina solo a quien la lleva”. El narrador hace referencia continua al personaje que fue y al que está hospitalizado, incluso en una entrevista hace referencia a otras personalidades posteriores. Cualquiera tiene la impresión de haber sido otro en otro tiempo, incluso de ser otra persona distinta en diferentes ambientes, aunque los cambios de traje en una persona común sean casi imperceptibles.

Lo que no es el libro es una sociología del crimen o una psicología del asesino, eso que tanto se encuentra en las novelas o los ensayos de género, aunque haya menciones al contexto y cargue con amargura contra los contextualizadores. Por ejemplo, cuando contrapone como igualmente dañinos el discurso contra los musulmanes de un pintor que ha sido escudo humano en Serbia y el de una edil herida en Nanterre, en la masacre de 2002, que justifica los atentados con razones sociológicas. También hay otras menciones significativas como cuando deja de ver a Naima, una musulmana conocida suya que tras el 11S le había dicho: “Estaba todo previsto. Fue un golpe orquestado por Israel. No puedo decir más, pero no hay duda...”. Lançon comenta:
Naima no era islamista, pero sí musulmana, y yo la veía casi todos los días. No supe qué responderle, porque ya no creía que pudiera convencerse a quienquiera que sostuviera esta clase de discursos, que eran indicativos de una debacle fantasmal de la inteligencia. Dejé de ir a almorzar a su local, pese a que seguí pasando por delante con una punzada en el corazón y sin mirarla”.

Hay otra mención importante. La casualidad hizo concurrir en las mismas fechas la matanza y la publicación de Sumisión, de Michel Houellebecq. El propio Lançon iba a hacer una reseña para Liberation y en la redacción de Charlie Hebdo, se estaba hablando de ello antes de la irrupción de los asesinos. La novela de Houellebecq tiene como tema central el islamismo. No faltan momentos duros, amargos, de una tristeza difícil de soportar y hasta destellos proféticos:
Mis habitaciones del servicio de estomatología eran mi sanatorio de Davos, y me faltaba poco para pensar que, del mismo modo que la Guerra del 14 ponía fin a la aventura de Hans Castorp, ahora se anunciaba otra guerra, una guerra de la que los islamistas no eran más que un síntoma y que enfrentaría al hombre consigo mismo, una guerra social, sexual, psíquica, ecológica, total, que conduciría en un plazo relativamente corto a la extinción. No había ningún profetismo en lo que creía presentir, tampoco nada de narcisismo, no tenía realmente cambios de humor y por lo demás tampoco se lo comentaba a nadie. Simplemente sentía una compasión silenciosa por aquellos que venían a verme, por su actividad, sus problemas, sus hijos, por mis colegas que seguían escribiendo sus artículos, breves o extensos”.

El colgajo nos habla de la naturaleza humana, de la experiencia extrema en la que se ve sumergido un hombre, más allá de su voluntad. La importancia de esa experiencia la resume Lançon con una cita del Sartre de Las palabras: “Todo un hombre, hecho de todos los hombres, y que vale lo que todos y lo que cualquiera.”.


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